Quiero continuar animando a vivir bien el Tiempo Litúrgico Ordinario. Y que ello sea una camino hacia la santidad. Después de haber celebrado la gran fiesta de la Navidad, nacimiento de Jesús, haber seguido su infancia, hemos llegado con su bautismo en el Rio Jordán a ver y contemplar a Jesús adulto, mayor, que está en el mundo enseñándonos con sus palabras y sus obras de amor y misericordia. Y así, cada domingo escuchamos y meditamos para aplicarlo, un ejemplo de Jesús. Y Jesús con esas palabras y acciones crea santos.

Porque Jesús creó santos, cuyo ejemplo admirable son los Apóstoles la Iglesia se extendió por el mudo. ¡Cómo cambiaría el mundo y sería mejor si hubiera más santos en el mundo, si nosotros tratáramos de ser santos! Los Apóstoles actuaron así por la fuerza y la ayuda en sus personas del Espíritu Santo, siendo testigos valientes y decididos de Cristo. Por esos, el Reino de Dios se extendía. Y así se cumplía lo que pedimos en la oración del Padrenuestro: que «venga a nosotros tu Reino» y «santificado sea tu nombre». Es, pues, claro que para que el Reino de Dios esté en la tierra, se extienda, se haga presente es importante que tratemos de ser santos y actuando así hagamos lo que nos toca para que su nombre sea santificado.

Que el Reino de Cristo se extienda, que Cristo reine, depende en parte de los miembros de Cristo, de la santidad de los cristianos. Y eso es posible y depende en parte de nosotros que tenemos la ayuda de Dios para ello.
Y nosotros el Espíritu Santo lo hemos recibido en nuestro bautismo, se fortalece su presencia en la Confirmación, se prolonga con las bendiciones que recibimos, le damos espacio en nuestra vida cuando con la Confesión se nos apartan los pecados… en definitiva, el Espíritu Santo puede actuar en nosotros si lo acogemos y nos dejamos guiar por él.

Busquemos, pues, santos como nuestro Dios es Santo. Y unos consejos para poderlo ser son: el ofrecimiento a Dios en el inicio de la mañana comprometiéndonos a que todo el día, todos los momentos de cada día van a ser para gloria de Dios: hacer un poco de lectura espiritual (Sagrada Biblia y un buen libro espiritual sugerido por el director espiritual); rezar el Santo Rosario; participar en la Santa Misa siempre que se pueda y muy especial y claramente todos los domingos y en ella recibir la Comunión; hacer un poco, al menos quince minutos de oración mental, la recitación del Ángelus al mediodía y un breve examen de conciencia por la noche. Y, con ello, practicar obras de caridad y misericordia.

Éstos son los principales medios para alcanzar la santidad. Si eres una persona que quiere llevar a Cristo a otros a través de la amistad, éstos son instrumentos con los cuales tenemos la energía espiritual que nos permitirá hacerlo. La acción apostólica sin los sacramentos volverá ineficaz una sólida y profunda vida interior.

Puedes estar seguro que los santos incorporaron por uno u otro camino todos estos hábitos en su rutina diaria. Tu objetivo es ser como ellos, contemplativos en el medio del mundo.

Busquemos, pues, con las actividades que nos da la Iglesia, con nuestras buenas disposiciones, con buenos sentimientos, tratar de ser santos y colaborar a que los demás lo sean también, ser felices en nuestros años en la tierra y hacer que sean felices los demás.