Nos espera un año contaminado por la bajeza política, terriblemente vulgar y cainita, que pretende hacernos fanáticos de partido para que perdamos nuestro sagrado individualismo. La vacuna para no contagiarse será mantener cierta distancia y sentido del humor, salir a la calle y charlar con gente que no está obligada a pensar como uno. Peregrinar al bar o acudir al ágora del mercado. Los ermitaños, en su elegante hastío, siempre votan en blanco, lo cual resulta una bofetada que no cambia las cosas: los sobres en blanco no ofenden a los mamones de la teta pública.

¿Habrá erecciones generales? Tal y como cacarean el corral político, lo que sí parece es que tenemos ya unas priápicas erecciones generales. Vivir erotizado es una buena manera de ir por la vida, como un Negroni matutino que permite seguir el resto del día encantado por el hechizo alcohólico. Pero la diarrea verbal de los burrócratas es nada seductora. No en vano el pueblo, al que afirman servir, los considera desde hace años como uno de los grandes problemas de España, como si fueran unos mafiosos al servicio único de sus prebendas en un chiringuito público tomado por los pícaros.

Necesitamos mejores administradores y menos fanáticos que pretendan dictarnos cómo vivir, que para eso ya tenemos a Montaigne. Más cortesía y sentido común y menos gritos de guerra, aligerar el ahogo institucional reduciendo las competencias absurdamente triplicadas, vigilar el despilfarro público de ese dinero que sí es de alguien, limpiar la maraña de enchufados incapaces, una efectiva separación de poderes que resucite a Montesquieu y aleje el totalitarismo que desean los ayatolás de la cosa que jamás llegaron a nada sin una puerta giratoria en la esfera privada. Y salir más al bar y al mercado.

¡Feliz año nuevo!