En la segunda legislatura autonómica un diputado del CDS abandonó su partido para tener el voto clave en el Parlament. Se llamaba Carles Ricci, era menorquín, y decidía la política balear a su antojo. Cuando alguien le llamaba tránsfuga, él decía que tránsfuga era el partido al que había pertenecido, que él seguía fiel a sus votantes. Con todo el desparpajo del mundo, Ricci aguantó hasta el último día de la legislatura.

He visto que el término tránsfuga también ha sido motivo de interpretación en Sant Antoni. Incluso el regenerador Pablo Valdés justificaba la decisión de su compañera Cristina Ribas, que no solo ha abandonado su partido para seguir en el gobierno, sino que con su postura ha provocado la ruptura del tripartito de Sant Antoni.

Tránsfuga es aquel político que se presenta con unas siglas a las elecciones y decide traicionar a sus votantes. En el caso de Ribas, además, se da una circunstancia aún más grave. Su voto es decisivo y apostaría varias cenas a que tiene muy claro qué hacer cuando el asunto del agua, aquel que según Reinicia estaba tan claro cuando el Periódico de Ibiza y Formentera denunciaba anomalías, necesite los votos de la concejala tránsfuga.

Con la marcha del PI del gobierno municipal, Ribas se ha convertido en una tránsfuga con mayúsculas. Le guste o no, lo entienda o no, pero es una tránsfuga. Las cosas son como son, y resultan realmente bochornosas las justificaciones del alcalde de Sant Antoni, Pep Tur Cires, de dar cobijo a una concejala que ha traicionado a su partido, a sus votantes, y que se convertirá en una marioneta en los meses que quedan de legislatura. Eso es lo mejor de todo. Que este tripartito desastroso tiene los días contados, sin futuro, y todo lo que hagan hasta las elecciones solo empeorará la actual situación, ya de por sí escandalosa.