Esta semana las mujeres adquirimos protagonismo. Hablamos de las estadísticas, de aquellas que han destacado en un mundo de hombres, de estereotipos, de las que han roto el techo de cristal en los puestos de responsabilidad, de las desigualdades o de los salarios; pero yo quiero hablar de una en concreto, la que me trajo el mundo hace 52 años. Cómo mi madre contribuyó a forjar mi carácter independiente, a convivir con paciencia con la rebeldía de la adolescente y respetar mis decisiones aunque no respondieran al estereotipo que se esperaba de las hijas mansas de los años 60 en un mundo tremendamente machista y opresivo. Un ejemplo eran las tareas del hogar de obligado cumplimiento para las mujeres de mi familia y desde que era niña nunca entendí por qué estaba establecido así, lo que supuso más de una rencilla familiar pero ella me dejó mi espacio y hacia la vista gorda. Nunca hubo recriminaciones por su parte ante mi eterno afán de saltarme las normas establecidas. Ella aceptó que me refugiara en los libros, que devoraba escondida en un armario; que hablara sola cuando echaba a volar mi imaginación; que eligiera la ropa que quería llevar desde que era una niña y rechazara la de mi hermana mayor; que no quisiera ir a un taller de costura o comprarme el ajuar. Ahora puede resultar curioso lo que estoy contando pero en los años 70, en la sociedad patriarcal en la que crecí, era de obligado cumplimiento y, en caso contrario, te encasillaban de rarita; muchos me consideraban así, pero no me importó. A lo largo de mi vida tomé muchas decisiones que no le gustaban pero siempre las respetó, me dio libertad, nunca me cortó las alas, me dejó crecer como la persona que soy hoy en día, a ser independiente, respetuosa, comprensiva, reivindicativa, inconformista, a decidir por mi misma y que no me importara lo que pensaran los demás de mí. Nunca hablé de feminismo con ella ni creo que supiera el motivo de celebración del 8 de marzo, pero supo entender, apoyar y comprender como nadie a sus dos hijas trabajadoras. Recuerdo que en mi trabajo de entonces hace más de 20 años, también en un periódico como ahora, las mujeres celebrábamos esta fecha con una comida y teníamos que aguantar los comentarios jocosos de nuestros compañeros por sentirse excluidos de nuestra celebración. Afortunadamente eso ha cambiado, pero aún queda mucho camino y para que eso sea así somos nosotras las que, además somos madres, desempeñamos un papel fundamental en la educación de nuestros hijos, como hizo la mía a lo largo de su vida. De las decisiones que tomé muchas no le gustaban pero sobre todo una: que me fuera a vivir a Ibiza hace veinte años. Recuerdo que las primeras semanas lloraba cada vez que la llamaba por teléfono, como yo ahora lo hago por la ausencia de esa madre, la mujer que marcó mi vida.