Ibiza sigue siendo la isla del pecado y las delicias para el puritano prisma europeo. Algo así como la antigua Capua para el gran general Aníbal Barca (bravo ibicenco de Conejera) mientras dudaba a las puertas de Roma. La moral y la prudencia se relajan hasta dilatarse como un reloj daliniano bajo un sol narcótico y por ello, de tanto en tanto, cae algún pipiolo de relevancia internacional.

El último ha sido el vicecanciller austriaco, quien picó ante la supuesta hija de un oligarca ruso, de piernas tan espléndidas como proposiciones indecentes, a la hora de discutir una serie de tejemanejes entre altas finanzas, periodismo y política (los mismos ingredientes con los que Ken Follet escribió un bestseller llamado Papel Moneda).

Y tal cocktail preparado vaya usted a saber dónde, pero servido en nuestra isla, ha tambaleado la política austriaca, cuya capital, Viena, ya desde los tiempos de Metternich cuenta con la mayor concentración de espías por metro cuadrado de Europa.

Es una realidad que Ibiza en verano suma más espías que paparazzis (a veces tales profesiones coinciden). Esto es así porque es el centro de recreo lúdico de mamones de las altas finanzas y políticos habitualmente encorsetados que desean echar una cana al aire. En su atmósfera hay un aire de excitación contagiosa y préstamos artificiales que bajan las defensas del más taimado.

Pocas operaciones espías trascienden. La mayoría acaba en un chantaje que cambia de algún modo la política de un país o determinada operación financiera.