Este mes voy escribiéndoos algunos artículos sobre santos, porque celebrar a los santos no es solo honrarlos, sino aprender cosas de ellos para aplicarlas buenamente en nuestra vida. Y esta semana, el próximo jueves, tenemos la fiesta de Santiago Apóstol, que fue hermano de San Juan, el que nos escribió uno de los Evangelios, y es muy celebrado por toda España, que lo tiene como patrón, pues fue el apóstol que vino a nuestro buen país a anunciar y predicar a Jesús. Entre nosotros, su fiesta tiene una celebración especial en Formentera, en concreto en la parroquia de San Francisco.

Santiago el Mayor es uno de los discípulos predilectos de Jesús, junto con Pedro y su hermano Juan. Santiago, junto con Juan, acogió con prontitud la llamada de Jesús junto al lago a seguirlo: de inmediato, abandonándolo todo, dejando la “barca” de sus propias seguridades humanas, siguió a Cristo por los caminos de la Galilea y se puso al servicio del Reino de Dios.

En la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor vislumbró la gloria de Dios y la divinidad de Jesús, y en la oración sufriente de Jesús en Getsemaní vivió la humillación del Hijo de Dios que se hace obediente al plan divino hasta la muerte de cruz. Esta experiencia le ayudó a cumplir la promesa que había hecho al Señor de estar dispuesto a beber su cáliz y a madurar en la fe corrigiendo una interpretación interesada, terrenal y triunfalista manifestada en la petición de su madre a Jesús: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.

Santiago fue el primer mártir entre los Apóstoles. El rey Herodes Agripa “echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12, 1-2).

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia de Santiago en España para evangelizar esta importante región del imperio romano. Según esta tradición, Santiago el Mayor fue nuestro primer evangelizador; no exento de dificultades, sembró generosamente la semilla del Evangelio en nuestro suelo patrio. Su palabra proclamada y su sangre derramada se convirtieron en semilla fecunda de evangelización y de cultura cristiana en nuestra patria, cuyos frutos duran hasta nuestros días. No se hace justicia a nuestra historia y es una negación de la evidencia, no reconocer los signos del influjo del Evangelio en la historia, en la cultura y en la vida de la sociedad española; son innegables las raíces cristianas de toda España.

No podemos perder la memoria de la herencia cristiana de nuestra tierra. Pero la secularización, la indiferencia religiosa, la increencia y el neopaganismo avanzan entre nosotros y nos pueden llevar a perder nuestra base espiritual y el patrimonio cristiano heredado. Cada día es más difícil vivir, transmitir, plasmar la fe cristiana en un contexto social y cultural en que el cristianismo es desdeñado, ridiculizado, hostigado y combatido con harta frecuencia.

Miremos a Santiago y celebremos su fiesta: él no se sentía atemorizado por nadie ni por nada; él actuaba orientado por las palabras de Jesús: “En el mundo tendréis tribulaciones pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Y san Pablo nos recuerda. “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan” (2 Cor 4).

En tiempos de especial contradicción, los católicos hemos de vivir con alegría y gratitud la fe y la misión que hemos recibido de anunciar a nuestros hermanos el nombre y las promesas de Dios como fuente de vida y salvación. El Señor Resucitado nos llama a salir por los caminos de este mundo para anunciar, testimoniar y ofrecer el Evangelio a todos, también en un ambiente no favorable u hostil a la fe cristiana y católica. Nuestra fe no nos permite callar, ni reducirla a la vida íntima o privada; ni tampoco ausentarnos de la realidad en que estamos aunque resulte difícil testimoniarla.

Hoy parecería que todo ha de ser sólo obra de una libertad humana absoluta y desvinculada, y que Dios ha de quedar marginado o negado. Pero marginar a Dios no hace al hombre más consciente de su propia dignidad, ni le hace más grande, ni más libre, ni más feliz, como tantos falsos profetas pretenden. Sólo a la luz de Dios puede manifestarse plenamente la grandeza y la belleza de la aventura de ser hombre y de su historia.

La Fiesta del Apóstol Santiago es una llamada a los cristianos a abandonar nuestras tibiezas y mediocridades, a vivir con alegría, radicalidad y coherencia nuestra fe y tarea evangelizadora. De Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino. Sabemos bien de Quien nos hemos fiado; sabemos bien en Quien hemos confiado.