La semana que viene los sacerdotes de esta diócesis, como hacemos todos los años para nuestro bien y para poder servir mejor aún de todo lo bueno que se hace en todas las parroquias, tendremos los ejercicios espirituales a lo largo de todos los días de esa semana en nuestra Casa de Espiritualidad de es Cubells y este año nos serán dirigidos por el obispo de Menorca, Mons. Francisco Simón Conesa Ferrer.

Los ejercicios espirituales son una buena acción, y por eso no solo nos hace bien a los sacerdotes o a los religiosos hacerlos, sino a todos los cristianos, hombres y mujeres; por eso, a lo largo del año en esa buena casa de espiritualidad de Es Cubells se organizan ejercicios espirituales para jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Y al hacer este artículo en esa ocasión deseo invitar a que participéis alguna vez en ello.

A participar en unos ejercicios espirituales somos invitados por Dios. Acogiendo esa invitación divina, lo que en estos días Dios nos vaya diciendo, lo acogemos para utilizarlo después con todos los otros creyentes con los que trabajamos y ayudamos.

Por eso, unos ejercicios espirituales han de ser para nosotros un buscar y encontrar la voluntad de Dios. Como nos cuenta el Evangelio, después de la misión de los Apóstoles, Jesús les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». (Mc. 6, 31). Los apóstoles habían hecho cosas buenas, enviados por Jesús y habían enseñado cosas. Pues bien, igual nosotros en estos ejercicios espirituales hemos de tener un descanso después de haber hecho las cosas que nos ha ido pidiendo Jesús y enseñando a las personas a las que servimos con las palabras que sabemos de Jesús. Y juntamente con el reposo tengamos la profundidad de la acogida de la presencia y las palabras de Jesús, como nos cuenta ese pasaje del Evangelio de Marcos.

En los ejercicios espirituales nos habla el Señor. Y así iremos encontrando y gustando juntos aquí la belleza de nuestra fe. Y esa fe nos ha hecho y hemos acogido una vocación. Y es importante conocer bien lo que es la vocación que Dios nos ha dado y hemos acogido. A unos Dios les da la vocación de ser padres o madres y lo acogen con el sacramento del matrimonio; a otros les da la vocación de ser sacerdotes y actuar en consecuencia de ello y lo acogen con el sacramento del orden sacerdotal; y a otros los llama a ser religiosos y lo hacen con la formación y las promesas de cumplimiento de ello; en definitiva con ello uno allí donde es llamado se orienta hacia el bien en el tiempo de su vida en la tierra. Para cada uno de ellos pues lo que fundamenta la vida de fe es el encuentro y el trato con Dios, vivo y verdadero, que actúa en la conciencia y en la historia para el crecimiento de la humanidad.

Tener el encuentro frecuente y el trato con Dios es necesario e importante. Así, por ejemplo, en la vocación de Samuel se enfatiza la importancia de ese encuentro: «Samuel no había conocido aún al Señor ni se le había manifestado aún la palabra del Señor…Samuel creció. El Señor estaba con él y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras» (1Samuel 2, 7.19). Dios, pues, se manifiesta a todos y no se pueden hacer cosas sin escuchar y atender al Señor.

Conociendo al Señor se descubre la belleza del proyecto que Él tiene para cada uno de nosotros, la belleza de la verdad, de la justicia, de la misericordia, del perdón, de la solidaridad, de la fraternidad. Puede ser que esos proyectos del Señor susciten en nosotros sorpresa, atracción gloriosa, ferviente dedicación, entusiasmo.

Os deseo, pues, a los creyentes que leen mis artículos y llevan una vida cristiana cada vez mejor, que tengáis la oportunidad de hacer ejercicios espirituales y, escuchando a Dios, que nos quiere, nos habla y nos ayuda, comportarse de acuerdo con ello.