Cuando era pequeño, una mañana me levanté totalmente bizco. Vivíamos en Madrid pero mis padres se movieron rápidamente, hablaron con unos amigos y nos consiguieron una cita en Barcelona. Allí me atendieron de maravilla, como siempre, y todo solucionado. No me ha vuelto a fallar el tema y veo razonablemente bien. Aquella fue sólo una de las muchas veces que mi familia y mis padrinos, con los que casi siempre íbamos de vacaciones, nos sentimos como en casa en Catalunya. Tanto que cuando estaba en el colegio, siendo un enano, la profesora llamó a mis padres porque no era normal que yo fuera diciendo que tenía tres abuelas, mi abuela Anastasia, mi abuela Trini y mi yaya Antonia. Ésta era postiza, sin lazos de sangre, porque era la madre de una de las mejores amigas de mis padres, pero cuando íbamos a Cervera, en Lleida, era su nieto, regalándome momentos que jamás olvidaré. De la mano de aquella senyoreta bajita, pelo rizado negro y sonrisa permanente, aprendí a coger cargols, a disfrutar con una truita francesa con pan amb tomaca, a bañarme en la pila enorme de su jardín y a cantar la canción Baixant de la Font del Gat que luego, cuando volvía a Madrid, repetía con el poco oído que la vida me ha regalado, siendo el más popular del colegio. Sus hijos, Roser y Ramon, con su mujer Marina y su hija Marineta, eran y son aún mejores. Con todos a mi madre y mi padre les unió una amistad que nada ni nadie parece capaz de romper, y gracias a su hospitalidad yo disfruté de un verano en Barcelona haciendo un curso de francés. Todos ellos nos demostraron que Catalunya es maravillosa gracias a su gente. Hoy varias décadas después me niego a pensar que todo aquello ya no existe. Que esa Catalunya donde Roser, Antonia y Ramón, de Cervera, no tenían diferencias con Rober, Julia, José María o Carmen, de Madrid, ha desaparecido. Hay algunos que dicen que no hay marcha atrás y que la situación es irreconciliable. Yo creo que sí. Creo en el diálogo y en las personas. Pero para ello, tenemos que volver a nuestra humanidad recordando ejemplos como los de la yaya Antonia.