La ecotasa que ya nadie discutía y que todos habían asumido acapara estos días los titulares de los periódicos de Baleares. La ecotasa que tenía que servir para realizar inversiones que compensasen los efectos del turismo ahora se utilizará para tapar los agujeros del Govern del despilfarro, declarado formalmente como el campeón nacional del déficit público. La ecotasa que los turistas pagan gustosamente y que los hoteleros recaudan sin rechistar se utilizará para hacer viviendas, un colegio en Ibiza, y para ampliar un metro en Mallorca. La ecotasa sostenible del Govern «de las personas» se utiliza ahora mismo para desviarla a la partida del gasto corriente, que ha quedado muy maltrecha ante la falta de dinero en el último año por la mala gestión y la nefasta previsión de ingresos. La ecotasa que tenía que utilizarse para rehabilitar zonas turísticas maduras, como podría ser perfectamente Sant Antoni de Portmany, permitirá ampliar un nuevo centro de FP en Menorca.

El problema de la ecotasa ya no es su recaudación sino el uso que se hace del dinero que se obtiene por este impuesto. No lo digo yo. Lo dicen voces tan autorizadas para el actual Govern como los ecologistas, que consideran un engaño el reparto aprobado hace unos días. Como ocurrió con la primera ecotasa, el dinero se utiliza sin ningún criterio claro.
El caso más evidente es el de un palacio en el centro de Palma que se compró con el dinero de la primera ecotasa y ahí sigue, cerrado, y en ruinas, sin que ningún gobierno se atreva ni siquiera a enviar a un equipo de arquitectos. Estoy dispuesto hasta asumir que la ecotasa es un instrumento válido porque se aplica ya en muchos destinos turísticos, pero no me negarán que el reparto del dinero es un auténtico despropósito, un engaño colectivo. Para esto, mejor quitarla.