Da gusto despertarse por la mañana con el canto de los pájaros. Eso es lo que me sucede desde hace un mes, cuando llegué a vivir a Ibiza y me instalé en un barrio de Talamanca que, al menos por ahora, es de lo más tranquilo.

Y ya no es sólo el canto de las aves. Es que también, si me asomo al balcón del salón, veo un precioso jardín. Como no soy un experto en botánica, solamente diré que está adornado de las plantas más diversas y que compiten la una con la otra para descifrar cuál de ellas es más bella.

Lo de competir, claro está, lo digo metafóricamente hablando. Ya sé que las plantas no compiten. Es más; en realidad, se complementan como si hubieran nacido para ello. Aunque no me acuerdo de todos, estoy casi seguro de que es uno de los jardines más hermosos que he visto, al menos en esta zona de España.

Luego está el descampadado de enfrente, que no es un descampado propiamente dicho, pues igualmente está lleno de plantas, si bien en este caso no están tan cuidadas y son, más bien, salvajes. En realidad, no está tan mal así; como se suele decir, en la variedad está el gusto.

Además, según creo haber descubierto, mi casa pertenece al municipio de Santa Eulària. Esto también me produce satisfacción aunque, claro está, no por razones estéticas, sino por motivos de carácter más emotivo. Por si interesa, contaré que mi barrio en mi localidad natal, llamado San Lorenzo, es contiguo a otro por donde yo solía desarrollar mi día a día. Este barrio se llama Santa Eulalia, así que se puede comprender fácilmente que me sienta, de alguna manera, como en casa.

Sé que a mi padre le habría encantado haber vivido en un sitio como este en el que resido. Espero que pueda disfrutar de él unos días cuando venga a visitarme.