El coronavirus COVID-19 se está extendiendo ampliamente. Estamos pasando de la fase inicial de la pandemia a la de aceleración, según Tom Frieden, exdirector del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés). No hace falta ser experto en la materia para darse cuenta de que eso está sucediendo en nuestro país. Cuando el CDC avisa de que estemos preparados porque la situación puede ser «grave», hay que tomárselo en serio. El epidemiólogo de Harvard Marc Lipsitch apunta que el virus muy probablemente no se podrá contener. Lo que no quiere decir que toda la humanidad enfermará, pero entre el 40 y el 70% de la población mundial se contagiará. De esta forma, se convertirá en otra enfermedad estacional. No estoy de acuerdo con los que aseguran que la COVID-19 es una gripe. Es una enfermedad nueva, y en gran parte, desconocida. Estoy harto de escuchar que la gripe es más peligrosa que el coronavirus. Eso es mentira. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se puede ubicar la tasa de mortalidad de la COVID-19 entre el 2 y el 4% en la ciudad de Wuhan, y en un 0,7% en otras partes de China. Siete veces más que la gripe común, que se ubica en torno al 0,1% en los países desarrollados. Además, el número de muertos por el coronavirus (2.800) ya supera al total de casos en la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) de 2003 en todo el mundo, 774. El virus ya ha resultado mortal en China, Irán, Corea del Sur, Japón, Filipinas, Hong Kong, Taiwán, Francia e Italia. Si un país con los recursos de China está teniendo dificultades para contener la pandemia, ¿qué podría ocurrir si el virus llega a Estados más pobres? Temo lo peor. Tampoco descarto que haya contagios del coronavirus en Ibiza y Formentera. Evitemos los alarmismos para no colapsar los servicios sanitarios. En Europa, y especialmente en España, contamos con una sanidad excelente. Confiemos. Al menos durante un tiempo.