Pedro Sánchez y Salvador Illa, durante una de las reuniones que mantuvo ayer con el comité de expertos sobre la pandemia de coronavirus.

La gestión y posterior salida de la crisis del coronavirus necesita, debido a su elevada y creciente exigencia, no solo sanitaria, sino también económica y social, un Gobierno cabal, capaz y, sobre todo, que genere confianza en el resto de partidos políticos, en los agentes sociales, en la sociedad en su conjunto y, especialmente, en nuestros socios de la Unión Europa y en los mercados exteriores, a quienes deberemos recurrir para salir de esta.
«Cuando el mar está en calma, todo el mundo puede ser timonel», dejó escrito Pubilio Siro a pocos años del nacimiento de Cristo.

Para ponerse al frente de la crisis del coronavirus, no todo gobierno vale.

A corto plazo, la fortaleza de nuestra comunidad sanitaria está minimizando los errores políticos del Gobierno y, a medio, la comunidad científica mundial dará, esperemos que más pronto que tarde, con un medicamento y, después, con una vacuna y, por lo tanto, con la solución definitiva.

Tenemos certidumbre, pues, en que la solución está cerca. No será mañana, pero tampoco hará falta un lustro.

Coste elevadísimo. Esta indefinición temporal invalida en estos momentos cualquier cálculo sobre el coste de la respuesta que, lógicamente, será mayor cuanto más tardemos en pasar página.

De lo que empieza a no haber dudas es que será elevadísimo. Habrá un periodo, más largo de lo que nos gustaría, sin actividad económica, sin consumo y con elevados gastos sociales para mantener un cierto status quo.

El presidente del Consell d’Eivissa, Vicent Marí, tuvo la valentía de decir alto y claro el pasado jueves algo que nunca imaginó tener que decir cuando decidió optar a la Presidencia de la institución: «Si no hay medicamento ni vacuna, no habrá temporada».
En Ibiza y Formentera, con los mercados cerrados de forma indefinida hasta nuevo aviso, a lo máximo que podemos aspirar es a cierta actividad, veremos desde cuándo y en qué condiciones, a alargar la temporada y a empezar con normalidad 2021.

Harán falta, por lo tanto, ingentes cantidades de recursos para sostener el Estado del Bienestar en el que hemos crecido de forma tan cómoda que somos incapaces de imaginarnos la vida fuera de él.

Economía comunista. El Gobierno debe ayudar a las empresas, no machacarlas como hasta ahora. Aunque se esfuerza en aparentar lo contrario, las decisiones tomadas, fruto de una ideología caduca y trasnochada que divide el mundo entre buenos (los pobres y explotados trabajadores) y malos (los malvados empresarios que solo piensan en sus beneficios y en evadir impuestos) son muy preocupantes: os voy a esquilmar todo lo que pueda porque vosotros vais a pagar todo lo que seáis capaces, sin importarme realmente que caigáis como moscas porque después no quedará más remedio que el Estado, como mandan los cánones de una economía comunista, ocupe vuestro espacio.

Debe ayudar el Gobierno a los autónomos que se han quedado sin actividad y que han tenido que pagar religiosamente la cuota de marzo sin haber facturado y tendrán que pagar las siguientes y con intereses porque un aplazamiento no es una condonación, ni una congelación. Es una patada hacia adelante que hace la bola más grande y retrasa el crash, no lo evita.

También debe, obviamente, ayudar a los trabajadores que se queden sin su empleo, que se contarán lamentablemente por millones. En Ibiza y Formentera, especialmente, a los fijos discontinuos que no podrán incorporarse al mercado laboral.

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Todo ello, sin dejar de seguir ayudando a los colectivos más vulnerables.

Para todo ello, no bastará con una capacidad de resolución de la que no ha hecho gala el Gobierno hasta la fecha. También se necesitará dinero, mucho dinero. Recursos que no tenemos y que alguien nos debe prestar. Para ello deberemos generar confianza. ¿Se acuerdan de la prima de riesgo que Rajoy sí fue capaz de doblegar?

Y aquí viene la parte más preocupante del problema que tenemos encima.
¿Quién puede confiar en un Gobierno cuya ministra de Trabajo nos dejó boquiabiertos con su intervención sobre los ERTE el pasado jueves?

Exigir a la Unión Europa ayuda, colaboración e implicación se le presupone a cualquier gobernante. Al igual, que articular junto a Italia y con la colaboración de Francia, un frente común contra los malvados bárbaros del norte, a los que acudimos cada vez que tenemos problemas porque ellos tienen unas finanzas públicas que nosotros somos incapaces de tener porque aquí impera la máxima de que el dinero público no es de nadie. Por si fuera poco, no les damos las gracias, básicamente porque nos creemos que nos lo merecemos por aguantarles en verano, y encima les acusamos de insolidarios.

Capacidad de devolución. Para que alguien preste dinero a un tercero, éste ha de confiar en que hay capacidad para devolvérselo. Y un gobierno filocomunista como el que tenemos no es el mejor aval.

No generamos certidumbre en que haremos un uso correcto del dinero que nos van a prestar, lo que incluye, además, tomar medidas drásticas y dolorosas que incluirán inevitablemente recortes en todos los ámbitos, ni tampoco en que seamos rigurosos a la hora de devolver esos fondos en tiempo y forma, lo que, como mínimo, requiere voluntad real de cumplir el contrato.

El coche usado. «¿Le compraría un coche usado a este hombre?» fue la pregunta que usaron los demócratas de Kennedy en 1960 para desacreditar a Nixon.

¿Le compraría un coche de segunda mano a quien no tiene empacho en hacer todo lo contrario de lo que decía horas antes y que miente más que habla? Pedro Sánchez.

¿Le prestaría dinero a quien ha hecho bandera de no pagar deuda pública, ni hipotecas, ni facturas ni alquileres, habla alegremente de confiscar fondos, de que toda la riqueza nacional está al servicio del Estado y que ha llegado al casoplón de Galapagar dopado con narcofondos de Venezuela? Pablo Iglesias.

Si usted fuera presidenta de Alemania, aceptaría empeorar su calidad crediticia cuidada generación tras generación, es decir, pagar más intereses por su deuda pública, para prestar una ingente cantidad de millones a un Estado gobernando por irresponsables de la catadura de Pedro Sánchez y Pedro Iglesias que, además, no tienen ninguna intención de comprometerse con la ortodoxia financiera, ni con el rigor en el gasto público porque la austeridad es el demonio y lo que es cool es gastar a manos llenas, y si se comprometen, hay muchas probabilidades de que no cumplan su palabra.

El único camino que se me ocurre para ganar la credibilidad que necesitamos y, con ella, los recursos a movilizar es empezar por sellar un gran acuerdo entre todas (o casi) las fuerzas políticas primero, al que después se sumen empresarios y sindicatos, articular un Gobierno de verdad, no uno de expertos en marketing político como el que tenemos, solvente y con expertise en gestión económica que genere la confianza suficiente para que seamos merecedores de la ayuda que necesitamos.

Lamento decirle que no preveo este escenario. Espero equivocarme.