Jesús en el Evangelio de este domingo nos revela quien es el Padre. Jesús es el camino hacia el Padre, y nadie puede ir al Padre sino imitando a su Hijo. El apóstol Felipe dijo al Señor: «Muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le responde: «Felipe, el que me ha visto a mi ha visto al Padre». Las palabras del Señor siguen resultando misteriosas para los Apóstoles, estos no acaban de entender la unidad de Padre y el Hijo. La manifestación suprema de Dios Padre la tenemos en Jesús, El Hijo de Dios enviado a los hombres. Cristo nos dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. No haber conocido su condición de Dios a través de su naturaleza humana, es porque en Jesús no se distinguen las dos naturalezas; la divina por la que es Dios verdadero, y la naturaleza humana por la que es hombre verdadero. La esencia evangélica de la resurrección del hijo de la viuda de Naim, nos hace ver de un modo patente que Jesús, como hombre, se conmueve profundamente ante las lágrimas de una madre. A la vez, cuando lo resucita y lo entrega a su madre expresa claramente su condición divina. Jesucristo con su presencia y manifestación, con sus palabras y con sus obras, sus milagros, sobre todo con su Muerte y gloriosa Resurrección, en el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino, es decir, que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos resucitar a una Vida eterna.

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.