Deseable sería que este Gobierno acierte alguna vez a la primera y si no lo hace, bastaría que acierte en lo esencial. Sin embargo, la experiencia reciente nos indica que este Gobierno no es capaz ni de una cosa ni de la siguiente. Si malo es tomar una decisión equivocada, mucho peor es tomar la decisión más lesiva de todas las posibles. Pues bien, el gobierno de España lo ha vuelto a hacer imponiendo dos semanas de cuarentena a quienes viajen a España desde cualquier país extranjero sin dar a conocer la fecha en la que esta exigencia pudiera levantarse.

Las reacciones contrarias del sector turístico no se han hecho esperar y con razón. Y es que la medida adoptada constituye un auténtico revés a sus aspiraciones y a las de todos aquellos que mantienen una fuerte dependencia económica del turismo. Los motivos que invocan están cargados de lógica. Imponer el confinamiento de los turistas es tanto como cerrar las fronteras al turismo y provocar con ello una tasa de transferencia hacia otros destinos deseosos de aprovechar la oportunidad que se les presenta. Demasiado ha costado situar a nuestro país en el segundo mayor reclamo turístico del mundo, con más de ochenta y dos millones de visitantes anuales, para permitir ahora que todo ese esfuerzo público y privado de promoción y fidelización reporte réditos a destinos competidores como Chipre, Malta, Grecia o Portugal entre otros.

Desde que la medida se tomó se han venido abajo buena parte de las reservas previstas para las próximas fechas. No es de extrañar, pues el mensaje que reciben los mercados está cargado de negatividad. No conozco a nadie que se atreva a mantener una reserva en un establecimiento turístico para disfrutar catorce días consecutivos de las vistas que ofrece el balcón de la habitación. No conozco a nadie que se atreva a pagar por un encierro vacacional.

Y si las reservas se están desplomando cada día que pasa, igual sucede con en el ánimo de todos aquellos turistas que tenían a Ibiza y Formentera en su catálogo de intenciones para este verano.

Un país como España que lidera los principales indicadores de tránsito turístico no puede decirle al mundo que la solución está en el confinamiento de sus visitantes. Un país que pretende seguir liderando los principales registros de ocupación turística debe decirle al mundo que tiene un plan que garantizará su seguridad y la de su familia mientras disfrute de sus vacaciones. Porque el confinamiento impuesto por el gobierno al turismo exterior no es un plan, es una huida hacia adelante en ausencia de plan. Si pretendemos recuperar aceleradamente los niveles de turismo perdidos, la imagen que debemos proyectar es la de un país preparado para recibirles y no un país listo para confinarles. Y precisamente para lo primero está trabajando todo un sector que quiere abrir puertas cuanto antes y en la mejores condiciones posibles a pesar del gobierno.

Y por si fuera poco, Pedro Sánchez ha abierto una guerra de fuego cruzado. Ha sido él quien ha comenzado con una clara provocación sin reparar en las consecuencias. Pues bien, como medida de reciprocidad Francia impondrá una cuarentena forzosa exclusivamente a los españoles que allí viajen mientras España la mantenga. Nadie le dijo que dónde las dan, las toman. Y con este recurrente refrán no pretendo justificar que la medida tomada por Emmanuel Macron esté bien adoptada, sino perseverar en la idea de lo errática que ha sido la nuestra.

Pedro Sánchez ha tenido demasiada prisa por publicar en el BOE la Orden Ministerial de una estampida segura. Hubiera sido conveniente que hubiera tenido un poco más de paciencia y se hubiera dejado aconsejar por quienes se dedican profesionalmente al ámbito vacacional. El resultado seguramente hubiera sido distinto y la Unión Europea no le hubiera tenido que reprochar su conducta. Tan sólo veinticuatro horas más tarde, Margrethe Vestager, Vicepresidenta de la Comisión Europea, anunciaba que esto no va de confinamientos, ni de limitar la capacidad de los aviones, ni de arruinar la economía. Esto va de programar una salida segura y ordenada, con cabeza y con criterio que posibilite la permeabilización de las fronteras para favorecer el turismo intracomunitario en el espacio Schengen. La creación de corredores seguros entre países con una tasa epidemiológica equiparable es una de las posibilidades que manejan buena parte de países europeos antes de abrir sus puertas al resto del continente. La implantación de ambiciosas medidas de seguridad sanitaria es otra de las opciones que manejan países escandinavos. Y mientras todo esto está sucediendo, mientras todo el mercado turístico compite hoy por conseguir facilitar la entrada de clientes en sus territorios, el gobierno de España aprueba el encierro a cal y canto del turista bajo la presunción, no científica, de que llegará siempre contagiado.

Si el gobierno no rectifica a tiempo llegaremos tarde, una vez más. Si el gobierno no enmienda el experimento, la recuperación será más lenta. Como decía al principio, si el gobierno no acierta a la primera por lo menos que acierte en lo esencial.