Formentera empezó a recibir turistas a finales de los años 60, sin apenas infraestructuras hoteleras ni de restauración, ni falta que hacían. Aquellos viajeros de los años 60 venían justamente buscando ese espíritu virgen, de un destino ingenuo y amable.

Pero cada vez fueron más los que querían descubrir los encantos de nuestra pequeña y maravillosa isla y fueron apareciendo los hoteles y restaurantes, que primero fueron establecimientos familiares para años después en algunos casos acabar en manos de cadenas internacionales o grandes mayoristas. Formentera se puso de moda y todo el mundo quería pasar unos días aquí. Y luego llegó el Tonight, tonight y eso ya fue el boom.

El anuncio de cerveza más famoso del mundo llevó la marca Formentera hasta el último rincón del planeta. El 2011 supuso un punto de inflexión, a los innegables atractivos de la isla se añadió la inestabilidad en otros destinos provocada por la ‘primavera árabe’. Eso supuso que Formentera tuviera lista de espera de turistas, ávidos de conocer nuestras playas. Y el crecimiento urbanístico era afortunadamente muy escaso, con lo que cualquier pared con un techo se convirtió en un tesoro de valor incalculable. Algunos aprovecharon para hacer su particular ‘agosto’ en muchos casos vendiendo o alquilando a precios vergonzosos y otros aprovecharon el tirón para mejorar sus negocios y ponerlos al nivel que una clientela cada vez más selecta exigía. Otros simplemente se dedicaron a llenar la saca.

El maldito coronavirus y todo lo que conlleva ha sido el freno de mano cuando el destino turístico iba a toda velocidad, con el consecuente ‘trompo’ que ha venido para remover todo. Me cuentan que este agosto muchos hoteles están al 20% de su ocupación. Sí, han leído bien, agosto. A la espera de mejores años, alguna lección deberemos aprender.