Es muy preocupante la facilidad con que nuestros políticos, a priori democráticos, se lanzan a prohibir. ¿Será que tienen querencia por la dictadura burrocrática? Pregonan el miedo o una falsa tranquilidad cuando les conviene –nunca se mintió tanto en tres meses--, pero se alejan de las opiniones de médicos competentes (mascarilla va, mascarilla viene incluso paseando por la sierra Es Amunts: ahora todos jodidos, todos iguales con el grotesco rictus del Joker perpetuamente ofendido y llorica) y se abrazan a planteamientos totalitarios que niegan el sentido común de sus ciudadanos, en loor de una seguridad cuyos resultados critican duramente los países de nuestro entorno europeo.

España ha vivido el confinamiento más duro del planeta virus fuera de China, con medidas frecuentemente tan absurdas y ridículas como poco efectivas. La última receta dictatorial de prohibir fumar en calles y terrazas ya ha sido paralizada por un juez, al menos en Madrid. Ante tanto desmán de los que mandan, que compulsivamente amenazan derechos y libertades fundamentales, urge la acción de jueces libres e independientes y mejor información para que el aterrado rebaño salga del balido único.

¿Para cuándo una investigación de cómo se ha manejado la pandemia en el ruedo ibérico? Ni está ni se la espera, pues la responsabilidad política es algo inexistente. Las opiniones médicas sobre el nuevo virus son naturalmente volubles (inmunidad, tratamiento), y muchas se silencian cuando no conviene al dogma pseudocientífico que quiere adoptar el sistema del miedo.

Hay mucho en juego, pero estos nuevos puritanos (pervierten la pureza) no nos dejan jugar. Ni siquiera a un tabaco en el bar.