La siesta achicharrante en San Antoni fue interrumpida por un escenario que parecía sacado de a Apocalypse Now. Entre las sirenas de alarma y los gritos de excitación había helicópteros, avionetas anfibias y un hidroavión que se la jugaban de nuevo –solo tres años después, en condiciones meteorológicas semejantes: Tramontana matutina y calor asfixiante—, para aplacar las llamas que devoraban el pinar de sa Talaia, muy cerca de la ermita y grandes grupos de viviendas.

Los pilotos del Ibanat son unos ases. Brindo por ellos y entono un Avemaría a la Virgen del Loreto, pues su valor es impresionante. Toman agua en la bahía con vuelos rasantes que luego emplean para apagar el fuego, metiéndose dentro de nubes de humo negrísimo, acariciando las copas de los pinos, esquivando a menudo las altas grúas de la construcción que se dejan ver cerca de la costa. Además, en este sábado de agosto hay cientos de embarcaciones de todo tipo surcando el Portus Magnus. La mayoría de patrones, al ver el percal, dejaban espacio libre. Pero algunas motos acuáticas y lanchas rápidas hacían caso omiso de las señales de alarma y se lanzaban a competir delirantemente con las aeronaves, cuando éstas precisan, por seguridad, la mar libre y despejada para rellenar sus depósitos, no unos cretinos marineros de agua dulce que dificulten su trabajo.

El barco de Salvamento Marítimo salió a la bahía para despejarla de moscas cojoneras. Mucho trabajo tuvo, y eso que su sola presencia intimida a los chacales del mar. En tierra estaban los efectivos de bomberos, Guardia Civil, brigadas del Ibanat, Policía Local, médicos…prestos a actuar para ayudar a la población de un Portmany que, entre la humedad, el bochorno, las sirenas y los vuelos se despertó con reminiscencias del coronel Kurtz y su corazón de las tinieblas. Solo faltaban las valquirias de Wagner.