Jesús en este Evangelio nos habla del deber de perdonar las ofensas. La respuesta del Señor a San Pedro nos da la pauta del espíritu de comprensión y misericordia que ha de presidir la actuación de los cristianos. La cifra de setenta veces siete en el lenguaje hebreo equivale al adverbio «siempre». También podemos observar un gran contraste entre la actitud mezquina de los hombres en perdonar y la misericordia infinita de Dios que siempre perdona. Hay personas que dicen, de boca, que perdonan pero no olvidan. Es necesario, por amor a Dios, perdonar y olvidar, como quiere el Señor.

La enseñanza de la parábola es que hay que perdonar siempre y de corazón a nuestros hermanos. «Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti» (Camino 452).

También es algo detestable el rencor y la ira. En la oración dominical le decimos a Dios que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. «Perdonad y seréis perdonados». En el salmo 102 rezamos: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Cuántas veces nos ha perdonado Jesucristo y no se cansa de perdonarnos sea el pecado que sea.

En este domingo décimo cuarto también celebramos la Jornada Mundial del emigrante y el refugiado. Jesús también tuvo que emigrar a Egipto, porque Herodes quería matarle, y durante su vida fue menospreciado, perseguido, mal tratado y crucificado. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Dice el Papa que la migración hoy es un signo de los tiempos. Recordemos las bienaventuranzas. «Fui forastero y me hospedasteis». Cada forastero que encontramos en nuestra vida, nos brinda la ocasión de ver a Jesucristo pobre y necesitado. Nunca debemos rechazar al que necesita nuestra ayuda y comprensión. Toda persona humana debe ser acogida con respecto y amor.