Dónde estaría hoy si no fuese una presa común de esta pandemia?
Puede que en casa sin hacer nada, en la plácida calma que otorga la libertad de haberlo escogido o que tal vez hubiese viajado a tierras ásperas y castellanas donde me habrían despertado unos churros con chocolate sin lactosa al amparo de la sonrisa de mi padre, en cuya mirada mi reflejo continúa siendo el de la niña. Unos ojos verdes, cuajados de vetas de experiencia y limpios, en los que no me veo desde hace diez largos meses.

Quizás hubiese decidido partir a un nuevo destino gastronómico, en el que seguir descubriendo la magia de una capital española cualquiera, o que en este puente que hoy nadie transita hubiese cruzado hasta Roma. Es más, a lo mejor habría atravesado el charco, recuperando sensaciones, aromas y experiencias en México, o que tal vez estuviese disfrutando de un “tequila sunrise” en un resort cualquiera para recuperarme de otro verano cuajado de clientes y de trabajo, ¡quién sabe!

O puede que ni siquiera hubiese podido moverme de esta roca y que estuviese trabajando, presentando algún evento emocionante, organizándolo o ¡vaya usted a saber! Si hoy fuese otro 11 de octubre cualquiera, tendría en mi mano un abanico de posibilidades con las que jugar esta partida de cartas en la que hoy nadie gana.

Habrá quien me diga que podría estar peor, que al menos tengo salud, la nevera y la tripa llenas y que no puedo quejarme, ¡y no les quitaré la razón!, pero ya me van conociendo y algunas veces estos artículos que compartimos se escriben solos, sin que la optimista que me habita pueda asomarse a saludarles entre letra y letra. Gajes del oficio, como dirían los maestros.

El miedo, la incertidumbre, los contagios, la desinformación, las decisiones erráticas y las cifras de muertos nos robaron el mes de abril, los cumpleaños, las bodas, los bautizos y comuniones, el verano, las vacaciones, los congresos, las clases, las fiestas sorpresa y hasta los funerales. Hoy hablamos de la Covid-19 cansados, con la letanía de las enfermedades que no se curan, que reaparecen y que nos vuelven a enganchar a máquinas y a hospitales, y miramos con rechazo acusador a quienes no se suman a luchar contra esta pandemia. Nos hemos convertido en policías callejeros, en señoras del visillo y en jueces apresurados que amonestan y denuncian a otros, como ocurriera en aquella guerra del 36 entre hermanos y vecinos enfrentados sin saber por qué ni cómo. Muchas veces no sabemos ni en qué bando estamos luchando o si la realidad es que alguien se ha inventado eso de las facciones y los colores para vernos pelear y seguir disfrutando con el espectáculo.

Hoy no queremos atravesar un puente en el que no se ve qué hay al otro lado, si el trayecto será seguro o lo lejos que queda el suelo, y nos han inoculado una inseguridad ante la que no hay vacunas. ¿Qué celebramos mañana? ¿La hispanidad en un país que se resquebraja, olvidando que hace años tampoco tenía ni la certeza, ni las posibilidades, ni la libertad para escoger qué hacer un domingo cualquiera como este? ¿Acaso vamos a permitir que esta crisis borre las huellas de quienes lucharon por devolvernos una democracia real en la que se nos hizo el regalo de escoger, de poder expresarnos y de comportarnos con libertad? ¡Qué más da si por el camino señores con coronas o maletas nos han robado más o menos los cuartos si al menos todavía podemos pensar por nosotros mismos sin que nadie nos obligue a comernos sus ideas! No todo es bonito en este cuadro que nos han pintado, hasta aquí estamos de acuerdo, pero no aprovechen nuestro enfado y nuestro temor para venir a imponernos un destino con paredes desnudas donde las manchas de humedad entumecen alma y cuerpo.

Hay un virus muy contagioso, peligroso y mortal que campa a sus anchas entre nosotros. Puede que contra él no podamos hacer nada más que mantenernos alerta y respetar las medidas de higiene y de seguridad, pero hay otro igualmente nocivo al que sí que debemos enfrentarnos, impidiéndole que nos robe el futuro, los días mejores en los que volveremos a atravesar puentes, mares y cielos si nos da la gana o nos lo permite el bolsillo y, sobre todo, sin este miedo.