Tienes razón, deberíamos decir «te quiero» todos los días a las personas que nos importan. No solamente a nuestras parejas, amantes o amores, sino también a la familia de alma y de sangre, porque este sentimiento no sabe de edad ni de sexo. Eso sí, cuando duele, cuando no es bueno, créeme que no hay razón que valga ni mariposas u hormigueos que defiendan su causa. En esos casos sigue tu camino y no lo saques a danzar, ya tendrás tiempo de compartirlo como se merece.

Tienes razón, deberíamos decir «te quiero» todos los días. Decirlo muy alto y abriendo mucho la boca cuando nos despierten con un beso en la frente, nos aparten un mechón del rostro en días de viento o mientras nos preparan un café caliente a media mañana con una media sonrisa y algún que otro cuento. Todos los días deberían ser una celebración del AMOR, así escrito con mayúsculas, porque cada pequeño gesto cargado de magia, esa tostada untada con mimo o esa caricia al final de la espalda, se merece el más largo de los besos.

Tienes razón, no necesito marcar una fecha en un calendario para abrir mi alma y dejar que otros hagan música con ella pero, ¿qué tiene de malo conmemorar hoy el amor, gritarlo, lamerlo, engordarlo y ensalzarlo este domingo, si es de lo poco que todavía no nos han robado?

Tienes razón cuando dices que no necesitamos a nadie y que amarnos a nosotros mismos es el comienzo de este paseo, pero yo hace tiempo que superé esa fase y lo que realmente aprecio es poder repartir todos los sentimientos plenos que me recorren por dentro. ¿Qué quieres que te diga? Que soy algo infantil y que hoy quiero desayunar en la cama cubierta de abrazos, prepararle a mi chico una cena especial con la que comernos la vida y llenarnos de aciertos. ¡Pues sí, y no me amilano por ello! Es verdad que nadie me ha roto el corazón, porque ya me encargué yo de cubrirlo de acero, y ahora lo que más me apetece es dejarlo rodar, ponerlo a latir y sacarlo de paseo. Yo he amado mucho y seguiré amando mientras las fuerzas y los pulsos me duren y espero celebrar muchos 14 de febrero, porque ese fue el día en el que mis padres me crearon, sin intención, pero con la magia de los errores que se convierten en aciertos.

Podrías denostar a quienes mienten en sus afectos, esos que engalanan sus vergüenzas mientras dejan que la jaula de las pasiones languidezca al amparo de los cadáveres del abandono y del egoísmo, pero ¿quién puede recriminarnos a nosotros, los que queremos querer, la conmemoración de este San Valentín si lo hemos convertido en religión y templo? ¿No hablan al final, simplemente, de eso todos los dogmas de fe? Entonces, ¿por qué no habríamos de creer en ello?

Yo hoy celebraría este día diciéndoles a los que me dieron la vida que les adoro, que les agradezco cada soplo fresco de afecto y que, sencilla y honestamente, «les quiero» con todos los poros de mi piel. Gritaría con un megáfono bajo los balcones de mis hermanos para pregonar que su existencia ha mejorado la mía y que su luz ha sido y será siempre mi guía. Les daría las gracias por haberme dado los sobrinos más maravillosos del mundo, eximiéndome de la dura tarea de tener que ser madre para saber cómo es ese otro querer que huele a piel nueva y crece al amparo de tus miedos. Les diría a mis amigas del alma que sus manos son el calor que me sostiene, aun en la distancia, y que sus historias hilvanadas con las mías me han llevado a saber diferenciar entre amantes y amores, para ser capaz de escoger al mejor compañero de vida.

Deberíamos decir «te quiero» todos los días, ahora que abrazar es una ruleta rusa, porque hoy las palabras no sobran, hacen demasiada falta y reconfortan. Al final, qué es la felicidad, sino la consecución de días bonitos y de muchos «te quieros».