Una vez concluida la vorágine del carnaval de las urnas, con sus promesas, proyectos y actos de constricción que no se cumplen nunca, me voy a permitir hacer un análisis somero de dichas elecciones desde una óptica distinta a la de los muchísimos tertulianos y políticos que ya han emitido su veredicto acerca del 14 F.

Sobre, quién ha ganado, es fácil pronunciarse; si tuviésemos que proclamar un ganador absoluto de las elecciones, con muchísima diferencia, sería la abstención con ese 47% de catalanes que no han ido a votar, ya sea por miedo al Covid 19, ya sea por el hartazgo de volver oír la mismas declaraciones de amor eterno tantísimas veces traicionadas. En este país, cuando hay elecciones, ya conocemos el dicho; la derrota es huérfana y la victoria tiene mil padres, siempre asistimos perplejos a un desfile de ganadores exultantes (en este caso, la debacle del PP y C’s es de tal calibre que por muchos pucheros que hagan, quedan excluídos de pisar la pasarela), así tenemos que el supuesto triunfo en votos del PSC, con sus 33 diputados queda bien lejos de los 52 que sacó en el año 1999, los 42 del 2003, incluso, los 37 del 2006. No veo triunfo alguno en un resultado que no te va a permitir gobernar y te condena a una oposición irrelevante al contar el separatismo con mayoría absoluta en el Parlament. Pasamos a otros supuestos vencedores, los partidos separatistas, que han rebasado por primera vez el 50% de los votos obviando que han perdido 700.000 votos y reacios (todavía embriagados por el destello de los fuegos de artificio de su propio aparato de propaganda), a aceptar que en la anterior legislatura ya disponían de mayoría absoluta y que si no lograron doblegar al Estado por entonces, pasan de representar el 37% del censo electoral al 26%, ahora, que son muchísimo más débiles, salvo por la incógnita que supone la política apátrida y errática de Sánchez y sus concesiones permanentes a los nacionalismos supremacistas, su proyecto secesionista no se atisba como un peligro inminente por nadie (la alta abstención del voto españolista así lo corrobora).

Qué decir de Podemos y la CUP, pues que los primeros, pese a perder más de 130.000 votos en relación al año 2017, entonando el: “virgencita, virgencita, que me quede como estoy” consideran todo un triunfo el mantener los ocho diputados que ya tenían (ya conocemos todos el apego que muestran por las poltronas burguesas), de la CUP, más de lo mismo, recuperan cinco diputados en referencia al año 2017, pero están años luz de los 150.000 votos más y un diputado que sacasen en las elecciones del 2015, además, por supuesto, de la irrupción arrolladora de VOX (la bestia negra de todos los partidos; no olvidemos que la CUP animaba a sus militantes a apedrearnos en un indescifrable ejercicio de interpretación sobre la libertad de expresión y la democracia), que los ha superado para convertirse en la cuarta fuerza en el Parlament… ¿Lo véis…? ¡todos ganan! ¡Sarna con gusto no pica! Pero, si algo llama la atención de esos resultados, o debería hacerlo, en una sociedad con cierta capacidad de crítica, es precisamente ciertos datos tan sorprendentes como desesperanzadores: que posiblemente, el Ministro más nefasto del universo (¡un licenciado en filosofía, título tan demandado para hacer frente a las pandemias!) en relación a la gestión personal de la catástrofe del Covid 19, sea el candidato más votado o que dos partidos separatistas, los mismos cuyos cachorros quemaron Barcelona, secuestraron a miles de ciudadanos en el aeropuerto, cerraron durante dos días la frontera, han provocado la huída de más de 7.000 empresas y condenado Cataluña a una progresiva irrelevancia territorial y la ruina, sean los segundos y terceros en número de votos respectivamente, solo le encuentro parangón a cuando la chusma se lanzó enardecida a las calles para recibir a Fernando VII al grito de “¡Viva las caenas!” y, supuestamente, desengancharon los caballos para tirar ellos mismos del carruaje del Rey. Pero, no, ni mucho menos, mi análisis no va por ahí… basta con que cualquiera apague el televisor, omita las letanías del Nodo de los informativos y haga cuatro comprobaciones, para llegar a las misma conclusiones.

Mi intención hoy es hacer leña del árbol caído, de ese árbol que un día nos pareció inmenso y frondoso, incluso adecuado, para protegernos de las inclemencias bajo sus ramas. Hablo de los dos partidos que han sido literalmente barridos por VOX (¡el auténtico triunfador de la noche!) y, que lejos de omitir crítica alguna, siguen empecinados, como hiciera Felipe II con la Felicísima Armada, en culpar a los elementos del desastre. Nada tienen que ver sus permanentes vaivenes ideológicos, las tantísimas refundaciones, el discurso pusilánime, el sometimiento sadomasoquista a las falsas palmadas de la progresía, los infinitos casos de corrupción, el miedo patológico a que les señale la Santa Inquisición de la izquierda o la mala gestión de sus mayorías… ¡nada de eso, su derrota se explica por la conjunción adversa de los astros y la influencia nefasta del edificio maligno de Génova trece! Ya lo vaticino (una licencia que me permito, tras el acierto de mis últimas predicciones), como si fuese una calcomanía de UPyD, a Cs le queda de vida lo que dure la legislatura y los cada vez menos cargos importantes, el PP, por implantación territorial e historia, saldrá de esta, sí, pero sale herido de muerte, condenado, una vez más, a vagar por el limbo ideológico que va desde el centro izquierda hasta la derecha más conservadora según le dicten sus necesidades electorales, perdiendo credibilidad a raudales (lo de Cataluña es mucho más grave de lo que parece, pues tenía un candidato realmente solvente), siempre pendientes del siguiente movimiento de Abascal y los suyos, conscientes de que la gente ya no cree en sus promesas y teniendo que confrontar su larga historia de traiciones y concesiones a la izquierda y el nacionalismo contra la contundencia del discurso de VOX que ha cogido con fuerza las riendas del destino de España.

Lejos de mostrarse eufórico y celebrar el magnífico resultado electoral, Abascal (¡precisamente, el que más motivos tenía para el entusiasmo!) fue cauto y dijo; “que eran unos malos resultados para España y, por lo tanto, lo eran para el partido”. Porque de lo que no cabe la menor duda, es de que una vez más, España es la que salió peor parada de esos comicios.