La experiencia profesional me ha enseñado muchas cosas. Una es una máxima que nos repetían en la universidad y que siempre me inculcó mi madre, añadir presunto hasta que la justicia dictamine lo contrario. Por ello, siempre me han dado mucho miedo los juicios precipitados y dar a conocer nombres, caras o direcciones personales sin que la situación esté contrastada y juzgada por un juez.

Decía una canción de Los Chichos que «el cristal cuando se empaña se limpia y vuelve a brillar, ni más, ni menos, ni más, ni menos y que la honra de una mozita se mancha y no brilla más». Pura rumba catalana con una letra cargada de verdad que está más de actualidad que nunca en una sociedad ansiosa de morbo. Las redes sociales están haciendo mucho daño difundiendo sin control imágenes sin saber si son verdad o no. Igual que los medios de comunicación que, en ocasiones, nos precipitamos en la búsqueda de una exclusiva o en ese afán casi enfermizo de aumentar likes o visitas a nuestra web sin reparar en quién está detrás. Parece que a nadie le importa el daño que podemos estar haciendo a esa persona a la que cambiamos su vida o a la que ponemos incluso en peligro de muerte. Hace ya muchos años, en España, se acusaba al vecino de rojo o fascista solo por querer quedarse con sus tierras o por una cuestión de odio acumulado durante décadas pero parece que no hemos aprendido nada.

En 2011, en Ibiza un director de un colegio fue acusado de abusos sexuales quedando el caso finalmente en nada pero con un daño irreparable para su persona. Y en diciembre de 2020 el profesor francés Samuel Paty murió decapitado por un islamista radical después de que una alumna de 13 años le acusara falsamente de discriminarla por musulmana. Casos en los que todos tenemos responsabilidad.

La misma que la de cuidar las informaciones y lo que publicamos en las redes sociales porque, hasta que se demuestre lo contrario, todos somos presuntos.