Con la llegada del COVID-19, y en concreto, las consecuencias de aislamiento social y limitaciones del ocio, ha aumentado de manera considerable la dificultad de gestionar la pandemia en la familia. Para los padres esto ha podido ser un verdadero quebradero de cabeza, dado que la ocupación del ocio se ha convertido en una tarea difícil. Una consecuencia de carecer de actividades externas y el encierro ha sido el aumento del tiempo que los menores pasan delante de ordenadores, tabletas, móviles, televisión, etc. lo que se denomina como ‘uso de pantallas’.

Los efectos del uso de pantallas por parte de la infancia y adolescencia están siendo muy investigados, existiendo diversos estudios y publicaciones que relatan las posibles consecuencias adversas de la mala gestión de pantallas. Recomiendo el de Sheri Madigan investigadora de la Universidad de Calgary que realizó un seguimiento a 2.400 niños canadienses, demostrando que no sólo existe un efecto negativo sobre el desarrollo cognitivo sino también sobre el psicomotriz.

Las pantallas como instrumentos de entretenimiento tienen riesgos que afectan directamente a la concentración y a la imaginación, esenciales en el proceso cognitivo. La combinación de estimulación auditiva, de grafismos hiperdesarrollados, de la interacción funcional (toma de decisiones y movimientos), además de lo relacionado con los componentes del juego, red social o app (premios, gratificaciones, modificación de la imagen personal, like, etc.) hacen de las pantallas instrumentos potencialmente muy adictivos.

El campo de las adicciones se observa el aumento de las dependencias a las pantallas como algo realmente emergente. Siendo la más significativa dentro de las dependencias a ‘no sustancias’.

El estado de atención que mantiene un menor cuando está usando pantallas no podrá ser igualado con otra actividad. Los grafismos y contenidos a los que se puede acceder están tan desarrollados que delimitan el aprendizaje imaginativo. Provocando la incapacidad de gestionar el aburrimiento, muy necesario para el desarrollo evolutivo. Así, los tiempos sin pantallas son difíciles de gestionar y se suelen aparecer comportamientos muy adrenalinicos, incluso agresivos.

Otra consecuencia de la pandemia y su aislamiento tiene que ver con el aumento del uso de pantallas como instrumento de interacción social. La necesidad de socialización entre iguales aumenta significativamente en la etapa final de la infancia y la adolescencia, donde la conexión con el grupo de amigos es determinante. Limitarla a una socialización 2.0. generará adversas consecuencias.

Demonizar la utilización de pantallas no tiene mucho sentido porque su uso es muy dispar, puede ir desde lo educativo, hasta lo adictivo. Quizás el factor de riesgo está en los contenidos y en la cantidad de tiempo que se utilizan. La Academia Americana de Pediatría, establece como «tiempo de pantallas» en niños: de 0 – 2 años: nada de pantallas, de 2 – 5 años: entre media y una hora al día y de 7 – 12 años: una hora con un adulto delante.