En este quinto domingo de Pascua Jesús nos habla de la figura de la vid y de los sarmientos. El Señor se presenta como la verdadera vid, porque a la vieja vid, al antiguo pueblo elegido, ha sucedido el nuevo, la Iglesia, cuya cabeza es Cristo. Es necesario estar unidos al Señor por la fe y el amor. Es cierto que la fe es el comienzo de la salvación y sin fe no podemos agradar a Dios; también es verdad que la fe viva ha de dar el fruto de las obras. Esta imagen de la vid ayuda a comprender la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. En él todos los miembros están íntimamente unidos con la Cabeza, y en ella, unidos también los unos con los otros.

El Señor describe dos situaciones: la de aquellos que, aun estando unidos a la vid con vínculos externos, no dan frutos; y la de quienes, aun dando fruto, pueden dar más. Esto nos enseña también el Apóstol Santiago cuando dice que no basta la fe. Dios Padre al que da fruto lo limpia para que de más fruto. Está claro que el Señor no se contenta con una entrega a medias. Por eso, purifica a los suyos a través de las contrariedades, contratiempos y dificultades de esta vida. Aquí podemos ver una explicación del por qué del sufrimiento. San Pablo nos dice: todo lo puedo en Aquel que me conforta. Y Jesús nos dice: sin mí no podéis hacer nada. Nuestro Señor Jesucristo afirma: el que permanece en mí y yo en él , ese da mucho fruto.

El Concilio Vaticano II enseña como debe ser el apostolado de los cristianos. Jesús, enviado por el Padre, es la fuente y origen de todo el apostolado de la Iglesia. La fecundidad del apostolado depende de la Iglesia, depende de la unión vital que tengamos con Cristo. Quien no está unido a Cristo por medio de la gracia tendrá, finalmente, el mismo destino que los sarmientos: el fuego. Los sarmientos de la vid, dice San Agustín, si no están unidos a la cepa son de lo más depreciable.

Jesús nos dice: Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en nosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. Mi Padre es glorificado en esto, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos. Por las obras podremos conocer si somos discípulos de Cristo. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos.

La red barredera arrastra toda clase de objetos que echan al mar, también arrojan al agua algunos peces que no quieren, y recogen los peces buenos, los colocan en cestos para vender y comer. El invitado a las bodas, por no llevar el traje correspondiente, la vestidura nupcial de la gracia, es echado fuera, a las tinieblas. Concretando lo que Jesús nos enseña, vemos que es necesario vivir en gracia de Dios. Vivimos siempre preparados. Amemos a Dios y consiguientemente a nuestros semejantes.