Comienzo de la vacunación de niños entre 9 y 11 años en Ibiza. Centro de Salud de Sant Antoni | Sergio Cañizares

Conozco al propietario de un restaurante que se ha negado a vacunarse. También el resto de su familia, que trabaja en el mismo negocio. Desde hace ya un par de semanas sus empleados, que tampoco están obligados a vacunarse, obligan que los clientes que quieran disfrutar del restaurante presenten el certificado Covid, que como todo el mundo sabe significa que tenemos las dosis para inmunizarnos ante esta pandemia que sufrimos desde marzo de 2020. O tienen certificado covid o no entran. Como verán este ejemplo real es de lo más absurdo que hemos vivido en esta larga crisis sanitaria. España ha sido el país más permisivo con los no vacunados a diferencia de otros vecinos europeos, que han puesto todos los obstáculos para que no quede más remedio que acudir a un centro de salud y aplicarse las dos dosis o la tercera en algunos casos.

Evidentemente el negacionismo es una opción democrática, pero si todos nos hubiésemos negado a recibir las vacunas ahora mismo no hablaríamos de 50 fallecidos de media al día frente a los casi 800 muertos que se registraban en abril de 2020, en el peor momento de la crisis sanitaria. Esta reducción de fallecidos o de ingresados en la UCI no es porque el virus se haya vuelto menos agresivo. Es por las vacunas, que no evitan los contagios, pero todos aquellos que se han contagiado viven el confinamiento con algo de fiebre, un poco de dolor de garganta y malestar general, igual que una gripe. Desconozco en qué se basa un negacionista para negar la utilidad de las vacunas en las que han trabajado miles de científicos en tiempo récord, pero que sepan que si ahora estamos mejor que hace un año es a pesar de ellos. Es una opción, por supuesto, pero no tiene ninguna base científica y es insolidaria con los que mayoritariamente creen que las vacunas son la única opción para acabar con la pandemia.