Mujeres en la ciudad de Yeda, en Arabia Saudí, en una imagen de archivo. | Oliver Weiken / Europa Press

Todos habremos oído en algún momento la frase de que «el dinero no da la felicidad» y seguro que todos coincidiremos en que, efectivamente, el hecho de tener una cuenta bancaria con muchos ceros no te garantiza que vayas a poder obtener todo aquello que te haga verdaderamente feliz. Sin duda, el no tener problemas económicos permite adquirir y obtener aquellos bienes materiales que te aportan placer y posiblemente una vida estable, pero en ningún caso te darán ventaja alguna a la hora de obtener aquello puramente emocional que realmente te hace feliz.

Está claro que a pesar de esta reflexión inicial siempre encontraremos a los que te dirán que no están de acuerdo con la misma y que son más partidarios de otra frase conocida y que no es otra que «poderoso caballero es don dinero». La realidad de esta semana parece que se decanta claramente por esta segunda frase, ya que se han dado dos circunstancias que parecen ir en la línea de que por conseguir dinero se pueden aparcar determinadas cosas y que si tienes unas cuentas más que saneadas te podrás permitir privilegios que no están al alcance de los que viven con una nomina, por buena que esta sea.

El primero de los dos hechos destacables de la actualidad es la celebración de la Supercopa de España de fútbol, que desde el día 12 de este mes y hasta hoy domingo 16 se viene celebrando en Arabia Saudí. La RFEF ha llegado a un acuerdo con el Reino saudí para que esta competición entre los mejores clubes de nuestra liga se dispute durante tres años, a los que se podrán añadir otros seis más, en ese país por un montante anual de unos 30    millones de euros. Y es precisamente esa lluvia de millones el verdadero motivo de que sea precisamente ese el país elegido en el que celebrar esta fiesta del fútbol español.

Sin duda, los primeros descontentos con tal decisión son los aficionados de los cuatro clubes que compiten en la Supercopa y que se quedan sin poder ver en directo y en su propio país el citado torneo. Evidentemente que no es lo mismo desplazarse dentro del propio territorio a la ciudad que sea sede de la competición que tener que desplazarse a miles de kilómetros para poder seguirla en directo. Pero no es este el principal motivo de debate. La polémica real salta al ser el país saudí el elegido. Se trata de una dictadura árabe férrea en la que se conculcan descaradamente diversos derechos humanos, a destacar entre ellos los derechos de las mujeres. Un país en el que hasta hace poco a las mujeres no se les permitía conducir y donde no tienen permitido el acceso a determinados actos o competiciones si no es en compañía de un hombre. Es ridículo el número de mujeres que acceden al estadio donde se disputan los partidos y por no tener ni tan siquiera tenían baños para ellas. No hay duda de que con esta decisión la Federación aparca o entierra la prevalencia de los derechos humanos y los más básicos valores.

Otro caso destacable es la participación del tenista serbio Novak Djokovic en el Open de Australia de este año. Pretende jugar el citado torneo con una exención médica extraordinaria al no estar vacunado contra el covid y con la que ha entrado en el país. Está claro y las pruebas son irrefutables que el tenista ha falseado documentación y ha vulnerado las estrictas condiciones de seguridad sanitaria en vigor en Australia. El tira y afloja entre en Gobierno y el tenista es una realidad a pesar de la aceptación parcial de los errores intencionados cometidos por este último.

Ese pulso que mantienen es inaceptable, ya que ser número uno del tenis mundial y estar económicamente forrado no le sitúan por encima del bien y del mal, ni debería permitirse que poder pagar un carísimo equipo de abogados le otorgue más derechos que a aquellos que no se lo pueden permitir. Nadie le ha obligado a vacunarse; ahora bien, si él decide no hacerlo libremente, también deberá aceptar las consecuencias que ello conlleva. La libertad nunca puede ser libertinaje y los derechos siempre van unidos a deberes.

Son dos casos claros de que en determinadas circunstancias el dinero solo fomenta la desigualdad, sirve para lavar la cara a una dictadura que persigue y machaca a mujeres, periodistas y homosexuales y permite hacer trampas y mentir vulnerando descaradamente toda normativa en vigor.

El dinero no debería justificarlo todo ni permitir más derechos a los que van sobrados de él.