El diputado de UPN Sergio Sayas. | Eduardo Sanz - Europa Press

La política siempre ha tenido dos caras, una limpia con voluntad de dedicación a los intereses de la mayoría social y otra sucia en la que lo único que prima son intereses particulares. Sin duda, lo vivido esta semana en el Congreso de Diputados en Madrid ha mostrado el lado más oscuro de la política.

La traición a los más simples valores éticos exigibles a los representantes políticos dentro y fuera de las instituciones públicas, así como el arrastre de los citados valores por los lugares más nauseabundos y emponzoñados es lo que se escenificó el pasado jueves en el principal escenario de la vida política nacional.

El debate de la reforma laboral ya venía precedida de serias dificultades a la hora de conseguir los votos necesarios para su convalidación en el Congreso. Varios de los partidos de la denominada mayoría de la investidura habían decidido dar la espalda al Gobierno y votar en contra de la citada convalidación, algo del todo irracional si se tiene en cuenta que, a pesar de que no se recojan todas y cada una de las exigencias de ERC, PNV y Bildu, el resultado de la reforma que se votaba era mucho mejor que la anterior del PP. Primaron intereses regionalistas y, cómo no, electoralistas a la hora de que estos partidos decidieran su voto.

Ante esta circunstancia, el Gobierno tuvo que buscar otra alternativa para garantizar la aprobación de su reforma y la encontró pactando con partidos que están fuera de esa mayoría de la investidura. Entre estos partidos está UPN, que, después de negociar, anunció su voto favorable, con lo que quedaba garantizada la aprobación de la reforma laboral.

Pero, claro, este es un país en el que, gracias a la habitual forma de actuar de alguno de los partidos que se desenvuelven en el intrincado escenario político, difícilmente se puede tener la certeza absoluta de que todo vaya a transcurrir como está previsto. Y, por supuesto, saltó la sorpresa de última hora y los dos diputados ‘pinochos’ de UPN acabaron votando en contra y, por lo tanto, se saltaron la disciplina de voto de su partido. Finalmente, hicieron por la tarde todo lo contrario de lo que ellos mismos habían anunciado por la mañana. A pesar de los absurdos argumentos utilizados por estos dos diputados, nadie se cree que su voto se haya debido a cuestiones de pura conciencia política. La mano de quien ha movido los hilos de estas dos marionetas está claro a quien pertenecen y no me refiero a otros que no sean los dirigentes del PP, que en una nueva pirueta política han vuelto a intentar pervertir el escenario en el que se mueven.

Pero, esta vez, ni ellos mismos lo tenían todo atado y bien atado, ya que, después de toda la tensión del procedimiento de votación, con lo que ni ellos contaban es que la reforma se iba a aprobar gracias al error de uno de sus diputados populares que telemáticamente acabó votando a favor. Por supuesto, la reacción de los portavoces de la derecha fue inmediata y tacharon el resultado de la votación de fraude democrático, acusando a la presidenta del Congreso y al Gobierno de pucherazo.

Qué fácilmente olvida el PP que, si de pucherazo hay que hablar, ellos son los auténticos maestros y, por si alguien lo pone en duda, basta recuperar las noticias del famoso Tamayazo en Madrid o lo ocurrido con la moción de censura en Murcia. En ambos casos se compraron voluntades de diputados para tumbar como fuera la posibilidad de que los representantes de derechas acabaran viéndose destronados de sus poltronas.

Para cacicadas y atropellos democráticos, aquí están estos dos casos más que conocidos, pero, como se suele decir, no hay dos sin tres, y una vez más se ha retorcido la ética democrática y se ha repetido la jugada con esos dos diputados navarros. De nuevo intentaron que el fraude se hiciera realidad en la política estatal, aunque afortunadamente para miles de trabajadores de este país, por esta vez, fracasaron gracias a un error de uno de sus diputados. En esta ocasión, ni la aparición nuevamente de unos tránsfugas ha podido evitar que un acuerdo poco habitual como este entre patronal, sindicatos y Gobierno saliera adelante.

No me cansaré de repetir que no todo vale en política y que actuaciones como la de esta semana pasada sólo sirven para arrastrar por el barro el concepto de política. Y eso no es justo. Muchos se mueven en el barro y la podredumbre como peces en el agua, pero mejor estaríamos sin ellos.