Una niña haciendo los deberes. | Pixabay

La educación es algo demasiado importante para dejarla en manos de talibanes lingüísticos o, como los calificó el bravo Fernando Savater, las folclóricas regionalistas. Pero eso mismo pasa desde hace décadas en Baleares, contra todo sentido común y derechos constitucionales. El resultado es que se empequeñece un valor universal al tiempo que se promueve una estúpida confrontación con el español, al que algunos docentes nada educados califican de lengua invasora. O «no vehicular», tal y como establece delirantemente la nueva ley educativa.

El caso baleárico es todavía más chocante, pues se ningunea al ibicenco o mallorquín en loor de un catalán estándar. Cuando Areilza preguntó cómo evitaba el espionaje industrial al magnate Juan March, el ¿último? pirata del Mediterráneo respondió: «Es muy fácil, hablamos mallorquín». El Govern Balear legisla para que eso ya no sea posible, ¡ah, sa nostra terra!

Como siempre, los fanáticos fueron primero por los más jóvenes; luego se dedicaron a joder al resto de la sociedad. Actualmente se exige certificado de catalán a muchos profesionales del sector público como médicos, enfermeros, barrenderos, administrativos, músicos...por encima de su excelencia laboral. Recuerda al rebuzno racista de Arzalluz: «Prefiero un negro que hable euskera a un blanco que lo ignore».

¿Qué tiene que ver un puritano con la pureza? Nada, salvo en su paja mental. De la misma forma un catalanista tampoco recuerda a la dulce y brava Cataluña del seny y la rauxa, y por eso fueron tan despreciados por catalanes universales como Dalí o Pla, alumnos vitales del genial Francesc Pujols durante el canto de cisne modernista.

Todo este cainita esperpento resulta muy español y muy poco educado. En Francia o Italia, donde también tienen la fortuna de hablar numerosas lenguas, no se les ocurre prohibir el italiano o el francés en los colegios.