Adlib está formado por firmas que son capaces de seguir creando moda sostenible, ecológica y preciosa, en pequeño formato y con denominación de origen.

Hace unos días se presentó en Ibiza una nueva edición de la Pasarela Adlib que se celebrará el sábado que viene en Es Martell. Allí coincidí con varios diseñadores de ropa y complementos a los que tengo mucho cariño después de tantos años y una gran admiración por seguir resistiendo ante el invasor como la pequeña aldea de Astérix el galo. Firmas que son capaces de seguir creando moda sostenible, ecológica y preciosa, en pequeño formato y con denominación de origen, mientras lo normal hubiera sido dejarse vencer ante tanta tentación que hay a su alrededor.

Sin ir más lejos este jueves se inauguró en Madrid una tienda de Shein, la conocida compañía china que vende productos por Internet y que solo estará abierta hasta el domingo. Fue un grandísimo éxito para ellos con gente esperando desde varias horas antes de su apertura como si no hubiera un mañana pero también un nuevo reflejo de que algo no estamos haciendo bien como sociedad.    La clienta que esperaba en la puerta desde las 08.00 de la mañana cuando abrían a las dos del mediodía tuvo sus minutos de gloria ante tanto esfuerzo. Consumidora fiel, aseguró a El País, que «sabía que se iba a llenar la tienda porque todo es bueno, bonito y barato» y porque compra allí «hasta las bragas». No fue la única. Otras dos jóvenes no tuvieron reparo en dar sus nombres al intrépido reportero y confesar que se habían saltado las clases para acudir a un evento que seguramente cambiará sus vidas para siempre.

El caso es que esta marca china se ha comido a sus competidoras en apenas 10 años y sin una tienda física. Actualmente está valorada en unos 92.000 millones de euros al cambio, muy por encima de la española Inditex que tiene 62.000 millones de euros o la sueca H&M con 18.500 millones de euros. Además, suma millones de clientes en todo el mundo, siete millones solo en Estados Unidos, atraídos, según los expertos compradores del reportaje «por su bajo precio, una calidad que no es tan mala y su amplia variedad» ya que la compañía ha llevado al límite el proceso logístico que Inditex popularizó en la década de los 90 ofreciendo artículos nuevos cada semana.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Detrás de este escaparate de empresa perfecta se ocultan condiciones laborales pésimas tal y como denunció la organización suiza de derechos humanos Public Eye. En un informe de 2021 desvelaba que varias empresas que suministran productos a Shein prácticamente en exclusiva,    imponen jornadas de hasta 75 horas semanales a los trabajadores,    como es habitual en las cadenas de producción chinas. Además, la empresa ha sido criticada por sus estándares de calidad y sostenibilidad y acumula innumerables quejas por plagio.

Graves denuncias que, sin embargo, no parecían importar a las ávidas compradoras más interesadas en encontrar un polo de 5 euros, una camisa de 3 o un top para una noche de fiesta por 10. Algo que refleja que, como aseguran muchos expertos, las nuevas generaciones «están volviendo a los peores hábitos del low-cost más feroz comprando grandes cantidades de ropa en marcas de moda ultrarrápida para usarlas como mucho una vez en redes sociales». Incluso, según European Fashion Report, para el 79% de los españoles    el criterio más importante a la hora de comprar ropa es el precio.

Leticia García escribía en El País que día de hoy no están funcionando las campañas lanzadas por medios de comunicación, firmas y hasta gobiernos para potenciar el reciclaje, la reutilización o la longevidad de las prendas porque las redes sociales están llenas de influencers y rostros conocidos que alardean ante la cámara de pedidos con cantidades ingentes de ropa lanzando el mensaje de que importa más la cantidad que la calidad. Apariciones por supuesto pagadas por estas firmas de ultra low cost que como en el caso de Shein alardean de ser capaces de crear hasta 1.000 prendas diarias, la mayoría por menos de 10 euros.

Además, se genera otro problema grave. Según la consultora KPMG la tasa de devoluciones de prendas compradas en estas plataformas ha crecido hasta el 30% en los dos últimos años y lo que es peor, luego esa ropa no regresa al canal de compra, tirándose directamente, ya que cuesta más limpiarla que producirla. Algo que nos deja espeluznantes imágenes como las del desierto de Atacama en Chile donde van a parar anualmente 40.000 toneladas de ropa, la mayoría, de prendas devueltas.

También es cierto que apostar por la moda sostenible, original y de calidad tampoco es fácil. Con la que está cayendo los precios que ofrecen estas marcas se antojan desorbitados para muchos que no llegan a fin de mes agobiados con sueldos precarios y tal vez por ello, la Comisión Europea ha decidido poner en marcha una Estrategia para los productos textiles sostenibles que busca que en 2030 se haya podido «transitar hacia una economía circular climáticamente neutra».    Mientras intento descifrar que quiere decir eso exactamente, leo medidas como aumentar el gravamen a la sobreproducción y la destrucción de sobrantes o la puesta en marcha de megacentros de reciclaje textil en cada país. Que bonito. Se me saltan las lágrimas. Sin embargo me temo que todo eso nunca se llevará a cabo porque como en tantos y tantos ámbitos de la vida el dinero, el poder y los abogados que se agarrarán a cualquier resquicio legal lo silenciarán todo. Y porque nos guste o no, la gente es capaz de aguantar colas de varias horas para entrar en una tienda donde compra hasta las bragas sin importarles lo que hay detrás. Individualismo puro y duro.