Este jueves se graduó Aitor. Dio el paso a la Primaria después de acabar su primera fase en el CEIP Sant Antoni en un acto emotivo, sencillo y muy divertido de esos que te ponen la piel de gallina por lo bien que lo montó el centro y sobre todo Nuria, su profesora con un precioso vídeo en el que aparecían cada uno de sus alumnos con su comida y su color preferido y sus poderes como súper héroes y que en el caso del pequeño González Costa es el de su capacidad para ser alegre.

Y es que allí aparecía él. Con sus gafas redondas negras y su eterna sonrisa repleta de dientes de leche que le han ido saliendo de aquella manera hasta que le aparezcan los de verdad. Con esa felicidad que siempre desprende y que ojalá nunca pierda. Con ese don de gentes con el que conquista a todo aquel que se cruza por su camino y que hace que a su lala se le caiga la baba allá por donde va. Ese con el que se ha ganado a buena parte de los músicos de Can Jordi, a mis amigos, a sus padrinos, a sus tíos…. Y a otras muchas personas que ha ido conociendo cuando viene conmigo y su madre por toda Ibiza. Un súper poder que ojalá no pierda nunca y que siga manteniendo intacto cuando descubra que en ocasiones la vida te pone a prueba más veces que las que deseamos y que aunque nos empeñemos en pintarlo todo de color de rosa siempre hay algo o alguien que se empeña en darle un brochazo para oscurecerlo todo.

Ojalá que siga disfrutando con el maravilloso espíritu de Peter Pan y que tarde en descubrir que también hay malos como el Capitán Garfio que se empeñan en destrozar nuestra infancia a base de golpes. Que siga creciendo igual de bien, siendo siempre consciente del privilegio de haber nacido en esta parte del mundo donde ser un niño es precioso, divertido y maravilloso. Lejos de esas ciudades donde Peter Pan ni siquiera se atreve a aparecer en una noche azul por miedo a encontrar a niños que viven en favelas o porque solo verá niños ancianos con cuencas vacías, que le tirarán piedras con rabia para que se vaya a su País de nunca jamás. Y que tarde en descubrir que hay otras partes del mundo donde Mowgly no disfruta en la selva sino que está cosiendo botas en Ceilán o donde Tom Sawyer ríe tras el humo del crack de las zonas más oscuras del Missisipi.

Tiene seis años. Es pronto y todo eso llegará. Por eso ahora no es cuestión de agobiarle y fastidiarle el verano maravilloso que tiene por delante en el que ya sueña con disfrutar de la piscina, de su campamento de verano, de sus amigos, de sus días con sus primos en Adobes y Madrid y después volver en septiembre al colegio siendo ya un niño de Primaria. Siempre con esa sonrisa en la boca que nos ilumina los pasos y que nos enseña que otro mundo es posible. Esa sonrisa y esa cara de pillo ante la que no puedes decir nada porque te sientes en buenas manos. Porque sabes que una sonrisa suya es una antorcha en la niebla y que con él irías a un bombardeo, labio con labio, hombro con hombro, con la certeza de que ganarás cualquier batalla, que todo irá bien, que verás crecer las flores entre los escombros y que conseguirás cambiar la tristeza por un baile. Porque sabes que estás ante un pequeño gran súper héroe que tiene el poder de hacer más felices a los demás.