Los antiguos chinos recomendaban no matar con un hacha al mosquito que sobrevuela la cabeza de tu amigo. Pero el sentido práctico y coñón de esos chinos civilizados ha sido reemplazado por el ansia comunista que a todos quiere jorobar. No digo yo que Nancy Pelosi sea un mosquito, en Beijing la consideran más bien como una mosca cojonera. Tampoco digo que la vieja Formosa sea una isla amiga, aunque el nuevo emperador amarillo vea a Taiwan como una isla hermana pero casquivana, a la que hay que reeducar en esos valores que un pelmazo llamado Karl Marx (¡Groucho, Groucho, Karl es el error!) plagió de forma espantosa al cristianismo olvidándose del espíritu.

Ya Mao desterraba a los intelectuales a dejarse las ideas en los duros arrozales. El Tao de Lao Tsé, el armonioso orden social de Confucio, las durmientes mariposas de Chuang Tzu, esa organic pattern que destacaba el estudioso sínico Joseph Needham quedaron difusas en la brutal aplicación del marxismo a la china, con millones de muertos en guerra civil    y la expulsión de las potencias coloniales, que tanto la liaron con la Pérfida Albión a la cabeza.

En Ucrania pasa algo parecido. El zar Putin considera al viejo granero cosaco como tierra hermana y origen de la Madre Rusia. Y ya veis con qué cariño la trata. Son cosas de los totalitarismos y de cómo reaccionan ante cualquier mosquito que sobrevuela la cabeza de los que consideran ‘amigos’.

Ahora bien, que el vuelo de esos mosquitos es azuzado por el todopoderoso Militar Industrial Complex yanqui es una realidad cuyos objetivos no podemos comprender.