Desde hace un par de semanas tengo un patinete eléctrico. Estoy muy contento con la compra y se lo recomiendo a todos los que vivan en Ibiza y no tengan que cubrir grandes distancias en su día a día. Yo voy de Jesús al edificio del Grupo Prensa Pitiusa y viceversa cuatro veces y el acierto ha sido máximo, y al bajar a la ciudad me permite moverme sin atascos y me evita problemas para aparcar.

Sin embargo no todo son ventajas. He descubierto muchas cosas que antes, como usuario del coche, ni me fijaba y que me he decidido a contar aquí a riesgo de poner más nerviosos a quienes me quieren y cada mañana o tarde me piden que les mande un mensaje cuando llegue.    Y es que los veinte minutos que tardo en cubrir mi recorrido están plagados de aventuras siendo una gincana repleta de cosas surrealistas e inimaginables salvo para la mente de un genio como el director de cine Luis García Berlanga.

Dicen que lo que se ve en Ibiza en verano no se ve en ningún lado y posiblemente sea verdad. Sin ir más lejos la que me dio el impulso para escribir este artículo fue la de una conductora, de unos treinta años, que conducía un Citroën C3 y que cuando casi me lleva por delante en un paso de cebra en la Avenida Ocho de Agosto, me contestó muy azorada e indignada… ¡¡Es que estaba mirando el móvil!! Imagínense mi cara. Blanca por el susto y por la respuesta. Vale que no vayas atenta o que estés despistada pero por favor disimula y cambia de excusa… sobre todo porque estoy seguro que a los agentes de la autoridad no les va a hacer tanta gracia.

Es cierto que el teléfono móvil se ha convertido en algo básico en nuestra sociedad pero también en un problema porque forma parte de nosotros como si fuera una extremidad más. Yendo con el patinete he descubierto a muchísimos conductores que solo llevan una mano en el volante porque con la otra miran la pantalla, escriben algo o escuchan un mensaje de audio poniendo en peligro a quien tienen a su alrededor. También entre los peatones. Yo no voy por la acera salvo casos excepcionales pero les puedo asegurar que son muchos los viandantes que, aún andando por sitios que no les corresponden, andan con la cabeza y la mirada pegada a la pantalla sin darse cuenta que hay mundo y vida alrededor.

Sin embargo, los problemas más graves vienen derivados de la falta de civismo o de que, como asegura mi querida compañera Luciana, la isla está colapsada durante estos meses. Cruzar por los pasos de cebra andando o con patinete se convierte en un riesgo y a según a qué hora solo es apto para los muy valientes. Muchos conductores se paran educadamente pero la mayoría pasan olímpicamente de esas preciosas rayas blancas del asfalto, bien porque no las ven o bien porque están a otras cosas más interesantes como ir bailando y cantando dentro del coche.

Lo mismo sucede con quien no ha entendido ni entenderá jamás que hay que mantener una distancia de seguridad con los patinetes y las bicicletas. Son multitud los conductores, sobre todo los usuarios de coches enormes que parecen salidos del FBI o la CIA,    que deciden adelantarte como sea a pesar de no haya espacio suficiente, pueda venir otro de frente o te puedan golpear con algún elemento del vehículo. O los que no tienen la paciencia suficiente y se pegan detrás de ti, buscando aprovechar tu rebufo, sin darse cuenta que si freno no tendrán capacidad de reacción y me  embestirán.

Y luego están los que circulan de aquella manera porque sí. Porque yo lo valgo o porque les da igual todo pensando que en Ibiza vale todo. De estos sinceramente cada vez hay más respondiendo al patrón de coches o furgonetas en condiciones lamentables y posiblemente sin seguro. El último ejemplo, una furgoneta blanca enorme en el aparcamiento disuasorio de Es Gorg, que iba con los retrovisores rotos, dos individuos en el interior, circulando a toda velocidad por entre las plazas de aparcamiento, sin mirar en los cruces, fumando y permitiéndose incluso uno de sus ocupantes el lujo de tirar la colilla por la ventanilla. Sin pudor ninguno, sin pensar en un posible incendio y, por supuesto, sin pensar en los demás.

Pero no todo es culpa del ser humano porque hay zonas que son sencillamente mejorables porque no están del todo preparadas. ¿Cómo se entiende por ejemplo que para salir Jesús hay un precioso carril bici que sale desde el centro del pueblo, junto a la iglesia, pero que incomprensible se corta cuando llega a una rotonda que comunica las carreteras que llevan a Santa Eulària y a Ibiza y donde entrar con una bicicleta o un patinete eléctrico es una lotería donde tienes muchas papeletas para no salir bien parado?. No es la única. En la de los podencos de Ibiza y en la del Ikea, es muy peligroso entrar con un vehículo tan pequeño ante el volumen de tráfico que hay, cada uno de su padre y de su madre, y la mayoría a la que te crió sin respetar nada.

Tampoco ayuda el estado de algunas carreteras o vías secundarias. Yo suelo coger el carrer de sa Llavanera, un pequeño camino que discurre por detrás del pueblo y que acaba en la Avenida 8 de agosto y por la que no caben dos coches de frente. Tiene una parte asfaltada magnífica pero se comunica con el pueblo con calle de la Terrol·la que tiene un gramaje y algunos agujeros que como te caigas en ellos posiblemente no salgas de allí. Lo mismo sucede cuando llegas al final de Sa Llavanera, casi donde el Restaurante Pacha, donde los baches son tremendos y los coches están en doble y triple fila aparcados sin pudor. Y eso por no hablar de los olores que uno disfruta cuando pasa por esa zona porque eso daría para otro artículo.

En fin, que estoy tremendamente contento con mi patinete eléctrico. Que lo seguiré disfrutando mucho tiempo y tranquila mamá que voy seguro con él. No te preocupes que seguiré mandando un wass cuando llegue.