La palabra fuego en la Biblia expresa el amor ardiente de Dios a los hombres. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito». Jesús entrega voluntariamente su vida por amor hacia nosotros, nadie tiene amor más grande que el de dar la vida por sus amigos.

El Señor revela las ansias incontenibles de dar su vida por amor. Llama Bautismo a su muerte, porque de ella va a salir resucitado y victorioso para nunca más morir. Nuestro Bautismo es un sumergirse en esa muerte de Cristo, en la cual morimos al pecado y renacemos a la nueva vida de la gracia. Él que nazca de nuevo no puede entrar en el Reino de los cielos.

Ese renacer, es una maravillosa realidad que Jesucristo expone y revela a Nicodemo. Los cristianos hemos de ser con esa nueva vida, fuego que encienda como Jesús encendió a sus discípulos. Invoquemos al Espíritu Santo para que llene los corazones de sus fieles y encienda en ellos el fuego de su amor. Dios ha venido al mundo con un mensaje de paz y reconciliación.

Ahora bien, si por ignorancia o por malicia, o por ambas cosas a la vez, nos oponemos a la voluntad de Dios, si hacemos lo que le desagrada, entonces,      por nuestros pecados nos oponemos a la obra redentora de Cristo. La injusticia y el error provocan la división y la guerra.

En la medida en que los hombres permanezcamos unidos por la caridad y superemos el pecado, desaparecerán las violencias. Es indudable que lo más necesario, lo más importante es el amor fraternal. Si amamos sinceramente a Dios, también amaremos a nuestros semejantes. Que esto sea una auténtica realidad en nuestra vida.