«Los progresistas cometen errores que los conservadores mantienen». La cita de Chesterton debería ser al revés para tratar comprender el pollo lingüístico que marea la administración en Baleares. Fue el PP de Cañellas quien comenzó la anormalización lingüística, tal vez para asemejarse al partido de Jordi Pujol y mandar y mangar más. Luego vino el PSOE con sus socios radicales y acrecentaron la imposición catalanista. Actualmente saber catalán no es un mérito sino un requisito para trabajar en la cosa pública, celoso delirio que sorprende a Europa: Francia e Italia también tienen diversidad de lenguas, pero nadie va contra el francés o el italiano, ni en las escuelas ni en la administración, y eso no significa que se hayan perdido el napolitano o el provenzal.

Si los Borgia hablaban valenciano en Roma para confundir a los Colonna y Juan March empleaba el mallorquín para burlar el espionaje industrial, los estultos políticos baleáricos niegan sus propias lenguas al tiempo que demonizan el español y dictan el rodillo catalanista. Tanto celo nacionalista es un esperpento de lo más ibérico.

Con parecida estulticia perdió Baleares el tener un régimen fiscal como el de Canarias, que hubiera sido lo justo por su factor isleño. El enano catalanista se negó, pues ya veía las islas como un satélite para sus païssos. El mismo enano ladrón y cainita que era despreciado por catalanes universales como Pla y Dalí, también por Tarradellas, pero eso no se enseña.   

Actualmente son los celadores ibicencos los que se encuentran en el filo de la navaja. Su labor peligra porque el excesivo celo del Govern exige que posean un certificado de catalán. Y    encima han movido los plazos de forma que muchos, aun teniéndolo, se quedan fuera de la bolsa de trabajo. Tanto celo resulta demasiado ridículo.