Rishi Sunak. | HENRY NICHOLLS - Reuters

Si Gandhi levantara la cabeza soltaría una buena carcajada al conocer al nuevo primer ministro británico. Posiblemente su adversario, Winston Churchill, el mismo que le tildaba de faquir desharrapado, necesitaría más de una botella de brandy para recobrar la serenidad. El nuevo primer ministro británico, Rishi Sunak, es un claro ejemplo de que la vida y la historia dan muchas vueltas.

Era una simple cuestión de tiempo. En el plano gastronómico han sido los inmigrantes hindúes y paquistaníes los que han enseñado a comer al pueblo inglés (con ellos el paladar fue más allá de fish&chips o el pudding de Yorkshire). En el amatorio, ya hubo una convulsión en pleno puritanismo victoriano cuando el capitán y explorador Richard Burton tradujo el Kama Sutra. Solo faltaba que la revolución india llegase a la política, en un momento en que los ingleses se encontraban todavía resacosos tras las botellas de Boris (quien pese a su aspecto de rubicundo hooligan tiene también sus ancestros turcos).

Y ahora el mandamás de la Pérfida Albión es de origen hindú mientras que el alcalde de Londonistán es paquistaní. Habrán votado el Brexit añorando su espléndido aislamiento, pero el estúpido racismo parece que se diluye en el color de piel de los nuevos dirigentes.

El nuevo primer ministro es claro exponente de lo bien que organizaron la Commonwealth tras perder el imperio. Sus padres trabajaban en Kenia y Tanzania, como tantos talentos de origen hindú que son fundamentales en el desarrollo del Africa oriental.

En Inglaterra todavía recuerdan al dandy de origen sefardita Benjamin Disraeli, quien acuñó la magnífica máxima de Jamás te quejes y nunca te expliques. No creo que el millonario Sunak se queje demasiado, pero le toca salvar a Inglaterra.