No sé qué comerán nuestros famosos patrios o qué subidón de azúcar habrán sufrido estas Navidades, pero mientras nosotros, los comunes mortales, brindábamos con nuestras familias, en un azaroso nanosegundo de este metaverso que es la vida, Tamara Falcó se reconciliaba en la Misa del Gallo con Íñigo Onieva, en una templada medianoche en la que su madre ya dormía tras separarse del Nobel octogenario Mario Vargas Llosa harta de aguantar sus celos. Ojo, que esto no es literatura que salga de mi fina pluma, sino que lo ha contado la propia hija de Isabel Preysler en el programa donde colabora y en el que magistralmente se parodia a sí misma, logrando que la carrera de comunicación que cursó en Massachusetts le haya servido para algo más que redactar intensos posts en sus redes sociales. Les diré que a mí me hace cierta gracia esta familia que ha hecho del papel cuché su idioma y cuya educación es exquisita, pero a la que me cuesta entender cuando hablan y también cuando sienten.
En otra ciudad, no muy lejos de la parroquia Bautismo del Señor de Puerta de Hierro, en Madrid, una extraña vuelta del destino llevó a Shakira Isabel Mebarak Ripoll, cuyo nombre es real y no artístico, a dirigir el lanzamiento de su nueva canción que a modo de bomba pregonaría a los cuatro vientos los dardos de su ruptura. La de Barranquilla afirmaba que «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan» y así lo hacía acumulando más millones que los que debe a Hacienda. También se ha aprovechado de este circo mediático su exmarido, Gerard Piqué, con menos ritmo y gracia, en una pirueta magistral que también ha engordado su cuenta y su ego y que ha protagonizado, incluso, minutos de varios informativos. Hasta sus majestades los Reyes Magos de Oriente saben de castas cuando reparten su oro.
La Pedroche mostraba un nuevo modelito imposible mientras reconocía el embarazo incipiente que una revista había anunciado antes de tiempo y Risto Mejide hacía honor a su fama de insensible criticando en las mismas campanadas de un canal con menos audiencia su tripita y la ausencia del hijo que le ha cortado las alas y las sonrisas a Ana Obregón. Pero, ¿quién puede juzgar a Risto, si en el fondo no es más que otro de esos rostros conocidos que sufre cada día el escarnio público de ver a la que fuera su joven y dulce pareja en otros brazos?
Mientras, nosotros, el común de los mortales, los de este universo paralelo, nos comíamos a trompicones las uvas viendo cómo la inflación disparaba la lista de la compra, agradeciendo a nuestros padres su esfuerzo para juntarnos en una mesa ante los mayores manjares posibles. En ese preciso instante, les confieso que reconocí a mi pareja con una caída de ojos y una media sonrisa que no me haya provocado los dolores de cabeza de todos estos pobres ricos. Y es que, mientras los demás nos hacinábamos en salones pequeños y recargados, jugando a las cartas con más copas que oros, ellos, probablemente, estarían sentados en sus grandes sofás de diseño mordiendo a solas un cachito de turrón duro y preguntándole a la vida por qué sus corazones tienen que sufrir tanto, si laten al compás de millones de admiradores.
Tampoco tengo muy claro qué nos hace sentir esta curiosidad casi perversa por lo que le ocurre o dice la flamante marquesa de Griñón, ni qué secretos esconde la reina de los bombones y de los azulejos para llevar décadas viviendo del cuento y coleccionando baños y vestidos. Puede ser que sus destinos funcionen como bombonas de oxígeno para quienes sienten que sus sinos son aburridos y que viven en un eterno Día de la Marmota o que la infelicidad de los que más tienen y el tamaño de sus cuernos sea proporcional al alivio que sentimos por ser tan tediosamente normales pero, qué quieren que les diga, a mí todo este graderío me aburre en demasía y no me emociona ni sorprende.
Imagino sus rictus serios, con esa porción de dulce en la mano incapaz de quitarles el amargor del alma y me entran ganas de consolarles, de decirles que crucen la puerta y que se sumen al equipo de los que somos felices con poco, porque la mejor lotería es vivir una nueva Navidad con los nuestros, que no nos falte ninguno, y acostarse con la certeza de que no habrá nadie más bajo tus sábanas que quien te abraza en cuerpo y alma. Y si un día perdemos, lo haremos juntos, pero no así, no humillándonos ni haciendo escarnio público de sus errores, porque en cada relación hay aciertos que no deben olvidarse. Y si mañana la salud nos da la espalda, intentaremos capear el temporal y sacudirnos los restos de turrón de la garganta, aunque tengamos que pasarnos al lado blando o al de chocolate. Porque la única verdad es que todos somos iguales y que la salud y el amor son lo único valioso e importante para todos, seamos estrellas o pelusas.
Vamos a hablar más de canciones que nos despierten y que nos emocionen, a bailar y a chillar en conciertos pequeños, a ver en televisión a filósofos que nos enseñen a pensar y a seguir a eruditos que nos sacudan el coco. Háganme un favor y súmense a este propósito de Año Nuevo que no va de cuerpos, de cuernos, ni de dinero, sino de vidas reales, conscientes e intensas.