Combate naval de españoles y turcos. Pintura de Juan de la Corte. Museo Nacional del Prado de Madrid.

El Cachidiablo era un cristiano renegado que había abrazado el islam y profesaba un odio desmedido a sus antiguos hermanos de fe. El mal tiempo le había obligado a desviar su rumbo original a Argelia y tomar refugio en la bahía de S Alga, en Espalmador, y así aprovisionarse de agua para su cargamento de 1500 moriscos que había embarcado en Alicante.

Le seguía la pista el almirante Portuondo, quien sale del puerto de Ibiza con ocho galeras, una fusta y un bergantín en formación de arco. Dos galeras embarrancan cerca del islote des Penjats, lo cual desordenó de forma fatal a la formación de la escuadra española y perdieron un tiempo precioso en volverlas a poner listas para navegar. También hay un rumor, que recoge el historiador Philip Gosse, que cuenta que el almirante español se había entretenido a negociar el precio a cobrar por los moriscos recuperados.

El caso es que ya no pudieron sorprender al Cachidiablo. Este había dejado a los moriscos en tierra y se daba a la fuga, pero al ver el caos que dominaba a los españoles, y que había dos galeras solitarias y alejadas de resto de la formación, decidió dar la vuelta con sus rápidas naves y presentar batalla.

Fue una carnicería. El Cachidablo descuartizó al almirante Rodrigo Portuondo a la vista de su hijo, que fue hecho prisionero y llevado a Estambul, donde sería empalado. Muchos otros prisioneros españoles serían enterrados en la arena de Espalmador, dejando sus cabezas al aire, para luego ser machacadas al galope de unos caballos. Otros serían destinados a la esclavitud.

Solo una galera española se escapó y pudo refugiarse en el puerto de Ibiza. El Cachidiablo regresó triunfalmente a su guarida de Argel.

Pero ¿cómo había empezado todo?

PIRATAS CLÁSICOS

El término pirata viene de peireo, verbo griego que significa el que emprende algo, el que intenta la fortuna en las aventuras. Para los antiguos griegos, ‘los descarados hombres del mar’, según definición de los aún más antiguos egipcios) el ser pirata era una profesión honorable. Tras el paso de 25 siglos, algunos alegan que su visión no ha cambiado demasiado en estas cuestiones.

El significado de pirata se transforma así en algo muy propio del capitalismo salvaje, y algo de eso hay en los modernos piratas somalíes, que contaban con un negociador en la City londinense para tratar el pago de los rescates de las naves y tripulaciones capturadas. (Por cierto que cuando navegué en su compañía, más al norte de la isla de Kiwayú, en la frontera de Somalia y Kenia, los pescadores me contaban que desde que habían vuelto los piratas, las flotas pesqueras internacionales se alejaban más de la costa, y ellos volvían a tener más pescado. (Relativismo o diferentes puntos de vista).

Fenicios y griegos se acusaban mutuamente de raptores de mujeres. Tanto es así, que el padre clásico de la Historia, el viajero Herodoto, opinaba que la historia viene a ser una serie altercada de secuestros de mujeres demasiado atractivas. Y luego abunda, con típico razonamiento griego, diciendo que éstas no hubieran sido secuestradas de no haberlo deseado.

Incluso el gran Julio César fue apresado por piratas en el 78 a.C. Entonces era un joven patricio que se dirigía en un barco mercante a la escuela de Apolonio Molo para perfeccionar su oratoria. Su nave fue apresada sin resistencia y el joven Julio hizo gala de calma estoica: esperó al jefe pirata leyendo un libro y rodeado de esclavos asistentes. Cuando le preguntaron en cuánto estimaba su rescate, Julio ni siquiera se dignó a responder. Fue su segundo quien dijo que al menos valía diez talentos.

Irritado el capitán por el aire desdeñoso del romano, respondió:

—Entonces pediré el doble. ¡Veinte talentos!

A esto habló César por primera vez:

—¿Veinte? Si conocieras tu negocio comprenderías que valgo por lo menos cincuenta.
El jefe pirata quedó asombrado. Y se lo llevó con el resto de cautivos a su fortaleza en espera de los mensajeros con el rescate.

César pasaba el tiempo dedicado al ejercicio físico y diversos juegos con sus propios apresadores. También escribía versos y discursos que a la noche recitaba en torno al fuego. Se sabe que los piratas le hacían comentarios bastantes rudos sobre sus creaciones, tal vez porque sus gustos no eran nada refinados o tal vez porque el joven César todavía no escribía con la maestría de sus comentarios a la guerra en las Galias.

En medio de su afectación, César jamás demostró miedo, llegaba a regañar a los brutos piratas por su falta de educación e incluso les avisaba de que, en cuanto estuviera libre, volvería en su búsqueda, los apresaría y los crucificaría a todos. Los piratas se lo tomaban a broma, pero lo respetaban hasta el punto de bajar la voz cuando el altivo romano se retiraba a dormir.

Su cautiverio duró 38 días. Nada más ser liberado, César tomó cuatro galeras y 500 soldados y se dispuso a cumplir su promesa. Tal y como esperaba, encontró a los piratas en pleno festín y los hizo presos. También recuperó los 50 talentos del rescate. Ordenó su ejecución, pero en atención al buen trato que le habían dado permitió que, antes de ser crucificados, fueran degollados.

Cuando Roma se impuso como gran potencia, los únicos que amenazaban la pax romana y el comercio eran los piratas. Fue entonces Pompeyo el encargado de darles caza en el 67 aC. Era un gran marino que acuñó la máxima: Vivir no es necesario; navegar sí lo es.

Pero a la muerte de Julio César (44 aC) la piratería volvió a aumentar escandalosamente. Por una de esas paradojas de la historia y cainitas guerras civiles por el poder romano, el hijo de Pompeyo, Sexto, fue desterrado y se transformó en un rey pirata que, desde sus cuarteles de Sicilia, castigó duramente la costa y resucitó la actividad pirática que su padre había extinguido.

Octavio mandó al fiel Agripa en su búsqueda. Lo venció y entonces el comercio marítimo en el Mediterráneo gozó de gran seguridad hasta la caída del imperio, varios siglos después. Después vino una decadencia bárbara, el comercio decreció espectacularmente y había poco de interés en ser pillado que navegara por una Europa en horas bajas. Hasta que comenzó su despertar.

LOS HERMANOS BARBARROJA

A partir del siglo XII Europa occidental empieza a despertar de nuevo. Las repúblicas de Venecia y Génova crean emporios comerciales, el Reino de Aragón reconquista las Islas Baleares y domina Cerdeña y Sicilia, Francia crece a costa de los albigenses, las Cruzadas unen en cierto modo, gracias al fervor religioso y a las ganancias del infiel, a la dividida Cristiandad. También se da un productivo intercambio con los riquísimos reinos moros de Al Andalus, todo empieza a moverse como una coctelera con aromas de guerra santa…

Pero la fecha clave fue 1492. Fernando de Aragón e Isabel de Castilla toman el último reino moro, Granada. Fue el inicio de las tensiones salvajes con el Imperio Otomano, que en 1453 habían tomado la antigua Constantinopla de los bizantinos para hacerla su capital y llamarla Estambul. En España hay una expulsión de orgullosos moriscos que, después de varios siglos de estancia en la Península Ibérica, vuelven al norte de Africa y la revolucionan con grandes deseos de venganza.

Es tras la muerte de Fernando el Católico, monarca de la mayor potencia marítima del mundo, cuando comienza de verdad el auge de la piratería berberisca.

Es curioso resaltar que la mayoría de grandes corsarios berberiscos eran cristianos renegados. Los hermanos Barbarroja eran hijos de un alfarero griego de la isla de Lesbos. El mayor era Arouj, de pelo y barba muy rojos, quien muy joven se hizo pirata y estableció su base en Argel. Su primera presa fueron dos naves pontificias y pronto su fama se extendió por el Mediterráneo, atrayendo a sus filas numerosos aventureros en busca de riquezas y disipación. Hizo de las actuales Argelia, Libia y Túnez los dominios absolutos de su república pirata.

Traía de cabeza a las fuerzas del emperador Carlos V, que envió numerosas expediciones en su búsqueda. Orán y Argel cambian varias veces de mano y por fin Arouj es muerto en batalla.
Eso provoca que su hermano Hayrettinn Barbarroja, todavía más capaz y sanguinario, tome el mando de los piratas berberiscos. Jura odio eterno a los españoles y marcha en venganza a Menorca, donde siembra la destrucción y hace miles de cautivos. Cuando por fin se marcha, deja un caballo blanco con un mensaje atado a la crin: «Soy el trueno de los cielos. Mi venganza no será saciada hasta que os haya matado a todos y esclavizado a vuestras mujeres e hijos». Después de Menorca marcha a Estambul, donde se hace vasallo del sultán Solimán, el gran enemigo de Carlos. Es nombrado almirante de la flota otomana y así el pirata contará con la protección de la Sublime Puerta.

Barbarroja era un gran marino y un verdadero Rey Pirata; y sabía escoger sus lugartenientes. Los más conocidos fueron Dragut, de Rodas; Sinaú, el ‘judío de Esmirna’, al cual se le atribuían poderes de magia negra; y el cristiano renegado Drub el Diablo.

Barbarroja volvió a tomar Argel y se lo presentó como provincia al sultán, que estaba encantado de expandir sus dominios. Pero el que mandaba de verdad era el pirata.

En 1541 se forma una expedición aún mayor que la que compuso la famosa Armada Invencible contra Inglaterra. El objetivo era recuperar Argel y hasta iba en ella el mismo emperador Carlos, acompañado de unas damas de la corte y del conquistador Hernán Cortés. El almirante Andrea Doria, siempre prudente, había avisado que el tiempo en estas fechas no era de fiar, pero la flota siguió adelante. Tras lo que parecía una conquista fácil, el tiempo cambió con grandes borrascas que estropearon los planes españoles. Fue un desastre.

Tuvieron que arrojar al agua a los caballos para recoger a numerosos náufragos. Miles de cristianos fueron prisioneros y la escuadra española tuvo que retirarse. La leyenda cuenta que Cortés dijo al emperador: «Señor, dadme 300 hombres y os rendiré esa plaza». Pero fue el sálvese quien pueda. Y el desastre pudo haber sido todavía mayor de no ser por la fiera lucha en la retaguardia de los caballeros de Malta, en lo que sería conocido como La Tumba de los Caballeros. Por cierto que Carlos V paró de vuelta a España en el Portus Magnus, en la bahía de San Antonio.

Después de tal victoria, el poder de los corsarios berberiscos creció exponencialmente. Y además contaron con la alianza del rey de Francia, quien no dudó en pactar con los piratas berberiscos para debilitar a su rival español. Aunque en Tolón se atragantó su vergüenza gala. Barbarroja no dejaba ni tocar las campanas de las iglesias porque lo consideraba un ruido del demonio; también se negó a liberar a los prisioneros franceses. Solo se marchó cuando recibió una alta paga del tesoro francés.
Barbarroja vivió muchos años, hasta morir en 1546 en su palacio de Estambul. Dicen que fue en el catre, cuando contaba ochenta años, tras una batalla, esta vez amorosa, con una mujer de dieciocho años.

Fue enterrado, pero su fantasma vagaba por el Cuerno de Oro hasta que un hechicero griego hizo enterrar junto a su cuerpo un perro negro.