Pere Vilàs, con su libro ‘Los Corsarios ibicencos de los siglos XVII y XIX’ . | Toni Planells

Pere Vilàs (Ibiza, 1944) es historiador e investigador sobre cuestiones relacionadas con las Pitiusas. Experto en el corsarismo ibicenco, presenta hoy en el Club Náutico de Ibiza a partir de las 19 horas su libro ‘Los corsarios ibicencos de los siglos XVII y XIX, «una recopilación de dos de mis libros que he traducido al castellano» tal como explica él mismo. Un libro editado por Ibiza Editions «dividido en dos partes, la primera dedicada a acciones esporádicas de patrones ibicencos que hacían el corso y una segunda en la que hablo de uno de ellos, Jaume Planells Ferrer, ‘Sit’», explica Vilàs.

—¿Cuándo surgió el corsario en Ibiza?

—Es muy difícil decir en qué momento surgió. Hay noticias dispersas de corsarios en la época árabe. Tras la conquista catalana de 1235 empezó a haber más noticias al respecto. En solo un siglo aparecieron tres o cuatro intervenciones que podríamos calificar como corsarismo. Incluso dentro de la Corona de Aragón hay constancia de alguna revolución legal a nivel de normas, porque no hay que olvidar que los corsarios tenían normas y actuaban dentro de una cobertura legal marcada por el rey.

—¿Cómo se convertía alguien en corsario?

—Antes que nada hay que aclarar que había dos tipos de corsarismo. Por un lado estaban los oficiales, con barcos y tripulación de la Real Armada. Por otro lado estaban particulares que, o bien pedían una patente de corso, o bien se la ofrecían directamente las mismas autoridades. Normalmente eran barcos mercantes a los que se abastecía en Palma o en Cartagena de cañones, pólvora, balas y todo tipo de armas. Se inventariaba todo lo que se les daba y, en caso de perderlo en combate, se les descontaba de las ganacias.

—¿A qué normas debían atenerse?

—Una vez concedida la patente de corso quedaban claras las aguas por dónde podían actuar. ¡Y mucho ojo con salirse de los límites! Los corsarios ibicencos nunca salieron del Mediterráneo occidental, excepto en una ocasión que hubo un enfrentamiento en la Ría de Vigo entre un mercante francés y uno ibicenco que no sabemos qué hacía por allí. Por otro lado, se les decía a quién debían atacar o detener. En cuanto llegaban noticias desde Argelia de que se estaban preparando para venir aquí, se armaban para defenderse de esta manera. También se atacaban barcos sospechosos de proveer suministros al enemigo. Principalmente se atacaba a los de procedencia del norte de África, pero también hubo épocas en las que estábamos a malas con los franceses o con los ingleses. Cuando se atacaba a uno de estos barcos mercantes, se les robaba toda la mercancía y lo más valioso: el barco. No les dejaban ni la cera de las orejas. También había misiones de escolta e incluso misiones armadas como la toma de la ciudad de Orán, en la que participaron cuatro barcos ibicencos.

—¿Qué pasaba con la tripulación de esos barcos?

—Se les solía tratar bien. Más que nada porque sabían que el día de mañana les podía suceder lo mismo a ellos. En tierra, a los africanos se los subastaba como mano de obra esclava, a los ingleses y a los franceses se les trataba bien y se les acababa mandando a casa en el primer barco extranjero que venía a por sal. En realidad, se hacía lo mismo por los dos lados. Hay quien dice que los que venían eran piratas y nosotros éramos corsarios, pero todos hacíamos lo mismo.

—¿Cómo cobraban?

—Cobraban según el botín obtenido. Se vendía el barco, que normalmente se quedaba la Real Armada, y el 20 % de los beneficios, tanto del barco como de la mercancía, era para el rey. Con el resto había que pagar a toda la tripulación según el cargo de cada uno.

—¿Cuál era el perfil de un ibicenco que decidía hacer el corso?

—Dejémonos de motivaciones patrióticas: el de cualquier ibicenco que pasaba hambre. Abad y Lasierra ya escribió sobre el estado económico en el que se encontró Ibiza cuando llegó como obispo. Era desastroso, por eso no es de extrañar que cualquiera aprovechara la primera ocasión para poder mantener a la familia. Por regla general, en Ibiza todo el mundo era gente de mar.

—¿Qué tipos de embarcaciones usaban?

—No muy grandes, sin embargo podían llegar a hacer hasta 126 toneladas, con 11 oficiales, 36 artilleros, 67 marineros y seis grumetes, como el jabeque de Bernat Ramon. Nada que ver con los galeones que cruzaban el Atlántico. Los vientos cambiantes de nuestro mar no eran buenos para ese tipo de embarcaciones. Sin embargo, los astilleros de Ibiza tenían mucho prestigio. Había mucha materia prima, todos los pinos que quisieran, y muy buenos ‘mestres d’aixa’. Además, en Formentera podían encontrar madera retorcida por el viento para fabricar ciertas piezas del barco.

—¿Cuándo terminó el corsarismo en Ibiza?

—Terminó con el desembarco francés en Argelia en 1830. Hacía ya años que no estábamos en guerra con los franceses y los ingleses, así que cuando Francia llegó a Argelia se acabó el corsarismo. A partir de ese momento la marina ibicenca se dedicó a ir a América, pero por temas comerciales.