A la derecha, Vicente Costa, sobrino de Pep Marí y actual gerente de la tienda, posa con su tío Pep Marí a las puertas de esta mítica tienda.

Corría el año 1957 cuando el hermano de Pep Marí y su padre, junto a él, que tan solo tenía entonces 13 años, decidieron emprender en el negocio. Sesenta y dos años después Can Forn sigue siendo uno de los referentes del comercio local en Sant Francesc. Esta duradera trayectoria les ha servido para obtener, de manos del Consell de Formentera, uno de los Premios Sant Jaume 2019, «por el mantenimiento de una actividad familiar y de proximidad, manteniendo vivo el carácter de pequeño comercio que la caracteriza desde su origen».

Can Forn nació en un ambiente «de mucha miseria». Según Pep Marí, histórico propietario de la tienda, ahora ya jubilado, «no había ni un duro y era un poco difícil tirar hacia adelante, pero seguimos luchando». «Entonces llegó el año 1965, llegaron los hippies y ya empezamos a vender más cosas», relató.

En la tienda de Sant Francesc contó que «llegamos a trabajar toda la familia», ya que a él, a su padre y a su hermano, fallecido el pasado mes de febrero, también se suma en la historia del comercio familiar el trabajo de sus dos hermanas y, desde 20 veinte años, de su sobrino Vicente Costa, que es el actual regente.

Desde los años 60 a mitad de los 70 «se ganaba mucho dinero», aseguró Marí. Sin embargo, a partir del 1975, con la apertura de comercios más grandes y con marcas consolidadas, el negocio sufrió una pequeña crisis. De hecho, según admitió, «pensábamos que tendríamos que cerrar». Finalmente, «gracias a la gente de Formentera –afirmó- ni nos enteramos». ¿La razón? «Cuando la gente se dio cuenta de que podía seguir viniendo aquí a comprar tanto si llevaban dinero como si no –en referencia a la cercanía del negocio-, entonces volvió a cambiar la cosa», explicó.

Entre las anécdotas acontecidas durante estos 62 años de historia, Pep Marí narró que durante los años 70 llegaron a la isla muchos turistas americanos y que por la tarde el nivel de afluencia solía ser tal que «cuando la tienda estaba llena teníamos que cerrar, despachar a todos los que había dentro y luego volvíamos a dejar entrar». Entonces, matizó, «todo se hacía a mano, porque no había máquinas ni balanzas electrónicas y necesitabas un rato para hacer las cuentas».

El propietario también rememoró las peculiaridades del cliente de más categoría que recuerda en la tienda, «un americano que llevaba unas calzas hasta las rodillas, porque había desembarcado en Normandía y llevaba las piernas llenas de metralla». Como en Formentera no había bancos en aquél entonces, «mi padre le cobraba el cheque en Ibiza y le traía el dinero», y cuando eso sucedía, «hacíamos el jornal del mes». «Para nosotros fue el personaje, sin duda», afirmó entre risas.

Tanto para Pep como para su sobrino Vicente el reconocimiento de Formentera a toda una trayectoria es muy importante. Ambos coincidieron en mostrar su satisfacción y su agradecimiento. Para Pep, es una distinción que «también nos merecíamos, porque hemos servido al pueblo de Formentera muy bien y hay muy poca gente que hable mal de nosotros». Lo único que lamentó fue que su hermano «no lo haya podido ver, porque fue él quien llevó el negocio adelante». Sobre todo a él, por supuesto, va dedicado el premio.