Eulària Ferrer en el hostal que fundó junto a su marido en Pou d’es Lleó.  | Toni Planells

Eulària Ferrer (Can Lluquí, 1940), de Can Miquel Pere, es la fundadora de uno de los restaurantes más entrañables y respetados de la isla de Ibiza: Pou d’es Lleó. Una trabajadora nata que, a sus 82 años, sigue al pie del cañón sin quitar ojo al legado que su hijo y su nuera continúan empujando con las enseñanzas que recibieron de ella mientras la transmiten a la siguiente. Un personaje imprescindible del norte de la isla, más entrañable y respetado, si cabe, que el establecimiento que puso en marcha junto a Pep, su marido.

— ¿En qué momento decidió emprender el negocio del restaurante de Pou d’es Lleó?
— Cuando me casé, a los 19, con Pep Guasch, de Can Miquel Pere. Mi marido y yo empezamos con una pequeña caseta en la que mi marido servía coca-colas y fantas a los que jugaban a fútbol en un terrenito que había en Pou d’es Lleó. Poco a poco la cosa fue creciendo hasta que montamos otra caseta, luego una sala para el restaurante, más adelante otra para la cocina. También teníamos una tiendecita que estaba donde ahora está la recepción del hostal, que fuimos construyendo arriba. Siempre poco a poco. Eran otros tiempos y se trabajaba muchísimo sin que nadie se quejara tanto como se quejan ahora. De alguna manera, todo era más fácil.

— ¿Empezaron con una especie de chiringuito para los chicos que jugaban a fútbol?
— Un poco sí, la primera caseta era dónde se servían refrescos a los que jugaban a fútbol, pero también alguna cosita más para los mayores que jugaban mientras tanto a las cartas. No te creas que bebían mucho, algún cognac o alguna copa de anís o hierbas. Por aquel entonces no bebían mojitos (ríe). Lo que sí se bebía mucho entonces era la gaseosa. Lo que pasó es que, al tener a mi primera hija, no nos parecía adecuado tenerla allí con tanto humo de tabaco de los hombres que fumaban continuamente y montamos la segunda caseta a la que íbamos las mujeres y los niños.

— ¿Vivió usted tiempos de hambre?
— Hambre no he pasado nunca. Pero tampoco había abundancia. Carne apenas se comía. Como mucho se mataba un cordero por Sant Joan y otro por Navidad, poco más. El día que tocaba comer carne era una verdadera fiesta. Hoy en día hacen una fiesta por comer patatas hervidas, les parece un manjar. Carne y pescado ahora solo se come cuando no saben qué comer.

— ¿Cuándo empezaron a servir comida en sus casetas?
— Más adelante. Cuando yo tendría unos 25 o 26 años ya venía gente de todos lados a jugar alguna timba de cartas y a tomarse algo. Venían grupos de Vila o incluso el alcalde de Santa Eulària. Así que comenzamos a servirles comida y acabamos montando una sala y una cocina. Empezamos sirviendo conejo con cebolla. Madre mía, ¡la cantidad de conejos que habremos matado!. Muchas veces el cliente estaba en la mesa y yo todavía tenía que matar al conejo. Era rapidísima en arreglarlo y cocinarlo, en tres minutos lo tenía listo para cocinar. Más adelante empezamos a hacer paellas. Mi marido iba a pescar y la preparábamos con conejo y pescado.

— ¿No hacían la paella con pollo?
— Al principio no. Lo que pasó es que hubo una epidemia de conejos y la gente les pilló manía. Desde entonces no volvimos a usar más el conejo y lo sustituimos por pollo.

— A día de hoy se sigue haciendo la paella con pollo, ¿cambió esa epidemia la receta de paella que se hacía en Ibiza?
— Bueno, para hacer un arroz seco (también lo llamábamos arroç remenat o arroç de bodes) tal como lo hacíamos entonces, si no tenía conejo no se podía hacer igual. No se hacía como ahora. Llevaba conejo, pollo y de todo, pero se hacía sofriendo el arroz y después echando el caldo poco a poco sin dejar de removerlo. También le echábamos la picada con ñora, ajo, perejil, las feixures del pollo o del conejo. El tipo de paella que se hace ahora es más valenciano que otra cosa.

— ¿A qué se dedica hoy en día?
— La verdad es que hago lo que me apetece para distraerme. Normalmente, cuando han pasado las horas de calor lo que hago es regar las cuatro cosas que tengo por aquí, y la verdad es que cuando me voy a la cama no me duele nada. Solo me duele algo cuando me da por sacar las ovejas y cojo mi silla y paso la tarde sentada. Al levantarme me duele todo, eso significa que lo que me duele es sentarme. [Lali, su nuera, la anima a que detalle un poco más sus actividades diarias]. Sí que es verdad que, aparte de ovejas, también tengo gallinas y cuido del jardín del restaurante. Allí siembro plantas ibicencas que busco y que si se muere alguna la replanto. También tengo un par de huertecitos. Allí tengo la menta que gastan en el chiringuito para los mojitos o el pimiento, la patata, pimiento, calabacín o lechugas que gastan en el restaurante. Cuatro cositas, vamos.   

— ¿Se siente a gusto con el relevo generacional del negocio?
— Claro que sí, ahora ya van por la tercera generación casi. Aunque tengo tres hijos, quién ha tomado el reemplazo de la cocina es Lali, mi nuera. Además, ella tiene tres hijas, mis nietas, y a quién está enseñando ella es a su nuero (ríe).