Hassan Darmouch, cerca de Sant Rafel.  | Toni Planells

Hassan Darmouch (Beni Mellal, Marrakech, 1963), lleva 26 años en Ibiza. Maestro de la técnica tradicional de piedra seca. Una técnica de construcción artesanal declarada como Bien de Interés Cultural Inmaterial por el Consell d’Eivissa e inscrita por la UNESCO en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural inmaterial de la Humanidad.

— ¿Cuándo llegó usted a España?
— En 1988, fui a Málaga. Allí aprendí castellano, en la Universidad de San Agustín, tenían un departamento en el que enseñaban castellano a los extranjeros. Había gente de todo el mundo, había alemanes, americanos... yo era el único moro.

— Esta palabra, moro, se usa de manera despectiva, ¿le molesta?
— Bueno, no especialmente. Pero yo soy bere-bere. Los auténticos marroquís somos bere-beres. Después, en la conquista islámica, ya llegaron los árabes.

— ¿Qué le llevó a dejar Marruecos?
— En Marruecos estuve trabajando y estudiando. Estudié dos años de Biología y Geología y tres de Informática. Trabajé en una empresa de logística de medicamentos hasta que me harté de Marruecos y me vine a España.

— ¿Había salido antes de Marruecos?
— Así es. En mi época de estudiante viajé bastante. De hecho, hice un viaje con el Interrail en el que llegué hasta Finlandia. Pero a mí me gustaba mucho España. En el resto de Europa hace mucho frío y, además, tenía dos hermanas que vivían aquí, así que, cuando me cansé de Marruecos me vine a España. Lo primero, claro, era aprender castellano, por eso decidí empezar por Málaga, en la Universidad de San Agustín.

— ¿Se quedó mucho tiempo en Malaga?
— Seis meses, el tiempo justo para aprender castellano. Después me fui a Benidorm, donde vivía mi hermana. Allí trabajé un par de años en la discoteca Penélope. Después, en Valencia, estuve trabajando durante cuatro años para un escultor.

— ¿Entonces vino a Ibiza?
— Sí. A Ibiza llegué en 1996. Vine a ver a mi hermana, Turía, que entonces vivía aquí. Turía vive ahora en Mallorca. Estuve cuatro años trabajando como camarero en el Pereira, después un año en el Casino y más tarde, cuando abrieron, en el Ayoun.

— ¿Se adaptó bien al mundo de la hostelería?
— No. Me cansé de trabajar como camarero y acabé montando un negocio de importación de jaimas de Marruecos. Era esa época en la que estaban de moda los muebles exóticos traídos de países como India, Tailandia o Marruecos. A principios de los 2000, en esa época, abrieron varias tiendas de esto; ya no queda ninguna. Cuando pasó esta moda me puse con lo de la piedra.

— ¿Cómo se introdujo en el mundo de la piedra seca?
— Poco a poco. Me metí a trabajar en la obra y contraté a gente que sabía trabajar la piedra. Los marroquís tenemos fama de saberla trabajar. Así, poco a poco, fui aprendiendo y ya llevo más de 20 años en el oficio. Reconozco que, al principio, no tenía ni idea. Ahora ya soy maestro de piedra seca. Me enseñó mucho un señor ibicenco, Joan de Can Guasch, que ya murió.

— Es una técnica tradicional en Ibiza.
— Así es. Pero se está dejando perder. Ibiza esta perdiendo la buena gente, el buen estilo y la tradición que ha tenido siempre Ibiza. Espero que la próxima generación sea diferente y respete más a esta maravillosa isla. Espero vivir lo suficiente como para verlo. Ahora todo el mundo dice que sabe hacer piedra y algunos no tienen ni idea. Se están cargando el estilo. Hay muy poca gente que sabe trabajar la piedra.

— ¿Cómo se trabaja la piedra seca?
— Ahora la trabajan con hormigón o con cemento. No saben colocar la piedra. El secreto es colocar bien la piedra y, si lo haces bien, no hace falta hormigón ni nada. Mira las paredes de piedra de las casas payesas; llevan más de 100 años construidas y allí siguen. Una pared bien hecha no necesita hormigón. El único truco es saber colocarla bien.

— ¿Qué piedra utiliza?
— Depende. Cada zona de Ibiza tiene su propia piedra. Algunas zonas tienen piedra viva, otras muerta. Depende. Ten en cuenta que, tradicionalmente, se usaba la piedra que se retiraba cuando se limpiaban los huertos para poder sembrar.

— Usted tiene estudios universitarios y nos ha contado que viajó por Europa en su juventud. ¿Proviene de una familia acomodada?
— Sí. Éramos de una clase media. Mi padre, Ibrahim, era consejero del Pachá (una especie de gobernador que había en cada provincia en la época en la que estaban los franceses). Mi padre era su mano derecha. Murió cuando yo tenía 15 años.

— ¿Tiene muchos hermanos?
— Sí, somos 12. Tres son de otras dos mujeres que tuvo mi padre y los otros nueve somos de la última de sus mujeres, mi madre Malika.

— ¿Su padre tuvo tres mujeres?
— No. Muchas más. Mi madre, que fue la última, fue la número 40. Pero solo tuvo hijos con tres de ellas.

— ¿Ha sufrido algún capítulo de racismo?
— Jamás. Nunca he sentido racismo. De hecho, me interesan todas las religiones. En Orihuela, en la época en la que estaba en Benidorm con mi hermana, me apunté a un curso de agricultura. Era un centro católico, los profesores eran curas y estuve preguntando. Vino un obispo de Alicante con el que estuve paseando y conversando mucho. Yo soy creyente, pero no practicante. Yo creo que Dios es el mismo para todas las religiones.