Toni Calderón, de Can Tonió, (Can Vicent Tonió, 1951) ha mantenido su puesto de trabajo, como transportista, durante toda su vida laboral que abarca más de medio siglo.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Can Vicent Tonió. Era el único hijo de Maria de Can Tunió y de Antonio Calderón, que vino a Ibiza durante La Guerra, conoció a mi madre y se quedó aquí hasta que murió.

— ¿Me hablaría de su padre y de cómo llegó a Ibiza?
— Su padre era Guardia Civil y lo fusilaron durante La Guerra. A él lo tuvieron preso en Francia durante bastante tiempo en un campo que estaba en la playa. No te sabría decir el nombre. Contaba que les hacían cargar capazos de esparto llenos de arena sobre la cabeza para llevarlos hasta la playa. Al parecer, organizaron algún tipo de motín y lograron escaparse cientos de presos. Tras eso, fue cuando vino a Ibiza y conoció a mi madre. Él había estado en La División Azul y todo, como Pep de Can Manyà, tenía una herida en una pierna y jamás llegó a pedir ninguna pensión por eso. Una vez casado y habiendo nacido yo, se dedicó a trabajar como obrero y, más adelante, llevó un camión de transporte militar hasta que se retiró.

—Su madre, ¿trabajaba?
—Ella estaba siempre en la casa, cuidándola y haciendo la comida. También iba a ayudar a unos y a otros a recoger algarrobas, almendras o lo que fuera con unos o con otros o sembraba cuatro cebollas o patatas en el huertecito mientras yo estaba en el colegio o jugaba por ahí.

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Can Tunió?
—Iba al colegio antiguo de Sant Jordi y jugaba con los amigos de la zona, lo típico. Uno de ellos, por ejemplo, era Jean Serra, ‘de na Dolores’, que vivía muy cerca, al lado de Can Cifre. Tenía una relación bastante estrecha con mi abuela, Pepa, que vivía al lado. De hecho, cuando tenía 13 años, el cura Pep Reala, que era un gran amigo, me había apuntado para hacer la mili como voluntario. Pero se me metió en la cabeza que, si me iba, ya no la volvería a ver más. Así que fui a hablar con él y conseguimos cambiarlo, de manera que, al final hice la mili a los 19 años. Cuando la terminé, mi abuela todavía vivía. Murió con 98 o 99 años.

—Con su padre llevando un camión militar, supongo que tendría algo de enchufe.
—¡No!. Te puedes creer que jamás le pedí que me ayudara. ¡Y mira que me ofreció hablar con el comandante, pero yo nunca quise. La mili me pilló cuando estaban a punto de inaugurar Sa Coma y me tocó poner la alambrada por todo el perímetro. Había un teniente que siempre nos traía pan y sobrassada, otro traía el vino y nos pillábamos unos buenos meulus. Aunque mi padre no me enchufó, tengo que reconocer que vivía bien gracias a mi trabajo desde que hablaron con un coronel. Por la mañana me presentaba a primera hora en el cuartel y a las nueve y media ya estaba trabajando.

—¿Cuándo empezó a trabajar?
—Bastante pronto. Con 13 años ya empecé. Aunque con nombres distintos, trabajé en el mismo negocio desde los 13 años hasta que me jubilé. Habrá poca gente que pueda decir lo mismo. Empecé en la agencia Bonet repartiendo medicamentos. Los almacenes de Aviaco estaban en el muelle y yo los repartía por todas las farmacias, siete paquetitos aquí, siete allá… Empecé repartiendo con una carretilla y, más adelante, cuando mi jefe vio que los de Can Vadell tenían una, me compró una bicicleta.. Era de esas con un portaequipajes delante y otro detrás. Así hasta que me saqué el carnet. Entonces ya iba con una furgoneta hasta Portinatx, Santa Eulària… A todas las farmacias y todos los días. Daba igual que fuera fiesta, domingo, Navidad o lo que fuera. Yo era el tonto de la empresa (ríe). Pero es que siempre, siempre, hay que servir los medicamentos a las farmacias. También es verdad que, detrás, había un buen hombre que también respondía: Pep Riera, de la agencia Riera. Él fue quien compró el negocio a Paco Bonet cuando estaba haciendo la mili, con el compromiso de mantener a todos sus trabajadores. Más adelante, Luchana se quedó con la empresa y allí fue donde me jubilé con 64 años.

—¿Qué hace en su jubilación?
—¡’S’ase’! (ríe). Bueno, mi hija, Patricia, tiene muchas gallinas y me tiro allí todas las mañanas, así también paso tiempo con, Joan, mi nieto. De hecho, mi pareja, María, siempre me dice que pronto viviré más tiempo en casa de mi hija que en la nuestra.