Maria Riera ha dedicado buena parte de su vida a la costura. | Toni Planells

Maria Riera (Sant Miquel, 1952) lleva casi cuatro décadas tras el mostrador de su tienda de souvenirs en pleno corazón de Sant Miquel, el pueblo que la vio nacer y crecer. Sin ambargo, el grueso de su vida laboral lo ha dedicado a la costura desde su juventud.

— ¿Dónde nació usted?
— En Sant Miquel, en Can Trull. Mis padres eran Joan y Antònia de Cas Cònsul y en esa casa nacimos yo, que soy la mayor, y mis dos hermanos, Joan y Toni.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— A lo que se dedicaba la mayoría de la gente de entonces: a cultivar la tierra. Teníamos una finca de secano con un pequeño huerto y, mi padre, también ayudaba en la finca de su padre.

— ¿Creció en Sant Miquel?
— Así es. Íbamos al colegio a Sant Miquel, con una maestra que se llamaba doña Sebastiana, aunque los dos últimos años estuve yendo a clases particulares con Vicent ‘Rayus’ para sacarme el certificado. Pero no seguí estudiando más allá de eso. Eso sí, mientras iba a las clases de repaso por las tardes, durante el día iba a aprender a coser y bordar en a Can Maimó con Catalina

— ¿Qué hacía una chica como usted en el Sant Miquel de entonces?
— Lo normal. Jugábamos con una ‘colla’ de amigas, y, cuando ya éramos un poco más mayorcitas, salíamos un poco. Eso sí, sin tanta libertad como ahora: No salíamos hasta la madrugada, teníamos que estar en casa a una hora determinada. Íbamos, siempre que podíamos, a Santa Gertrudis o a Santa Eulària. Donde nos diera el presupuesto (ríe). Si tenía dinero, me encantaba ir a Vila a comprar ropa y zapatos. En cuanto aprendí a ganarme algo de dineros, también aprendí a gastármelo (ríe).

— ¿Cuándo y cómo empezó a ganar dinero?
— Cuando tendría 15 o 16 años empecé a ganarme algún dinero bordando. Como tuve la suerte de que mis padres me permitían quedármelo, me lo gastaba todo en caprichos (ríe). Cuando aprendí a ahorrar algo (con unos 27 años y ya tenía algún dinero guardado, paseando por Vila vi el anuncio de un piso a la venta en la calle Aragón. Pedían dos millones de entrada y unas mensualidades que pensé que podría asumir. En casa no teníamos ni luz ni nada y ese piso tenía hasta balcón. Me pareció que ese piso era América. Cuando llegué a casa toda ilusionada y se lo conté a mi padre, me dijo que la idea de un piso en Vila no le gustaba nada y que, para eso, que no contara con su ayuda. Me quedé muy chafada. Sin embargo nos propuso (a los tres hermanos) partirnos su solar en Sant Miquel para hacernos una casa allí y su ayuda para hacerla.

— Dos millones de pesetas eran mucho dinero, cómo logró ahorrarlo?
— Trabando mucho. Cosiendo de noche y de día y haciendo más horas que un reloj. Hacíamos camisas, blusas, pantalones y cosas así. Nos traían las telas y las cortábamos y cosíamos nosotras mismas. Al principio lo hacía todo en casa, que no teníamos electricidad. Lo peor era tener que planchar con la plancha de carbón. La apoyaba en la cocina e iba haciendo. Mi madre y mis hermanos me ayudaban siempre que podían, pero era lo más horrible de todo el trabajo. Así que, en cuanto salió la oportunidad de ir a un local, un piso en Sant Miquel, que tenía electricidad, fui a trabajar allí. También se las llevába a las tiendas hasta Vila, por las noches, cuando terminaba de coser y planchar. Una vez se me paró el coche por el camino, delante de donde ahora está Muebles La Fábrica. Eran las doce de la noche y yo estaba allí, sola, intentando arrancar el coche sin nadie a quién pedir ayuda. ¡Qué miedo que pasé! (ríe). Menos mal que, al final, acabó arrancando.

— ¿Sigue cosiendo?
— Hago algún arreglo de vez en cuando, pero a lo grande hace mucho tiempo que no, unos 20 años por lo menos. La cosa fue bajando y, cuando falleció mi suegra, que me ayudaba mucho, me encontré con todo el trabajo para mí sola y me desmoralizó bastante, la verdad. Solo hay una vida y no se puede hacer de todo, así que me dediqué solo a la tienda. Desde entonces vivo más tranquila.

— ¿Cuándo abrió la tienda?
— En el 89. En el local del edificio que hicimos en el terreno que nos cedió mi padre. Desde el primer momento hicimos una tienda de souvenirs, ropa y todo tipo de cosas. Ahora ya podría estar jubilada hace años y, aunque mi hija me ayuda en la tienda, la verdad es que no sabría qué hacer. No voy a quedarme en casa en el sofá. Podría viajar, es verdad, pero cuando viajo me parece que dejo el lugar más bonito.

— ¿Sigue viviendo en Sant Miquel?
— No. Desde que me casé a los 31 años con Toni d’es Ferrer vivo en Corona, que él es de allí, y es donde tuvimos a Neus, nuestra hija. Pero sigo viniendo a diario a Sant Miquel para trabajar en la tienda. Lo conocí cuando venía con sus amigos a Sant Miquel a tomar algo. En esa época venían muchos jóvenes a Sant Miquel. Nos conocimos en el bar Rojal y todavía nos aguantamos (ríe).