Adrián Rosa en su estudio. | Toni Planells

Adrián Rosa (Granada, 1931) llegó a Ibiza con solo dos años. En esta isla creció y vivió los episodios más destacados de la isla de la última mitad del siglo XX. También desarrolló en Ibiza su precoz talento y amor por la pintura al que ha dedicado toda su vida. Una vida que describe como «una aventura».

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Granada. Mis padres, Adrián y Ascensión, eran andaluces, pero vinieron a Ibiza en 1933, cuando yo no tenía más que dos años. Por lo que no recuerdo nada de mi infancia en Granada. Mi hermana, Margarita, nació más adelante, ya en Ibiza.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Antes de venir a Ibiza era guía en la Alambra de Granada. Hablaba varios idiomas y cierta base cultural. Cuando vinimos a Ibiza, mis padres trabajaron en una casa de la calle San Luis, en Dalt Vila, que era de una pareja extranjera: Miguel y Sandy de Beistegui. Él era mexicano y ella era belga. Sandy siempre fue mi protectora, era como mi madrina. Me trataba como si fuera su hijo. De hecho me acabó dejando la casa en herencia y fue una persona muy importante en mi vida pese a que, debido a La Guerra, tuvieron que marcharse precipitadamente de Ibiza y murió al poco tiempo. Nosotros nos quedamos en la casa, que nos dejaron en herencia a mi hermana y a mí. Mi familia vivió en esa casa durante 52 años.

— ¿Tiene recuerdos de la Guerra Civil?
— Así es. De hecho, pude ver cómo los cazas republicanos bombardearon el Deutschland. Yo estaba en el Club Náutico con mi padre, estábamos sentados en la mesa con quien era el director del Museo Arqueológico. Cuando se oyeron los aviones, todo el mundo huyó despavorido menos nosotros. Mi padre nos dijo que, si lanzaban las bombas, no sabíamos si iban a caer aquí o en el lugar al que huyéramos. Así que nos quedamos sentados a la mesa, vimos pasar los cazas hasta la entrada del puerto y asistimos al ese bombardeo. Por miedo a los bombardeos, todo el mundo acabó huyendo de Vila. Nosotros nos fuimos a una casa de campo, cerca de Jesús, donde pasamos unos tres años durante La Guerra. Tengo unos recuerdos muy agradables, en plena naturaleza, de esos años en los que empecé a dibujar.

— ¿Podía ir al colegio?
— No. Durante La Guerra no iba al colegio. Fue mi padre quien me enseñó a leer y a escribir. Cuando tenía 12 años, por fin pude ingresar en el instituto, a la vez que iba a Artes y Oficios, donde tuve la oportunidad de tener grandes profesores y maestros como Tarrés, Augusto Clará o Carreño. Así como contactos con personalidades de la talla de Puget padre, Tur de Montis o Portmany. Estuve estudiando entre el instituto y Artes y Oficios durante siete años antes de irme a Valencia a estudiar Bellas Artes durante cuatro años. Llegué tan preparado que, los dos primeros cursos, los hice en un año. Allí pude tener contacto con Genaro Lahuerta. En esa época pude mantener contacto con gente muy importante en el mundo del arte, como Broner o Manolo Mompó entre otros.

— ¿De dónde le viene su pasión por la pintura?
— Siempre he estado convencido de que me la inculcó Sandy. Ya te he contado que era como mi madrina y protectora, siempre jugaba conmigo y ella siempre estaba pintando. Era muy buena. Todavía conservo cuadros suyos, tengo un autorretrato suyo colgado en mi salón. Era una mujer guapísima. Con La Guerra, cuando se marchó para siempre y nosotros nos refugiamos en el campo, fue cuando comencé a dibujar, con cinco o seis años, influenciado por mi madrina. Siempre he estado convencido de que, si soy pintor, es gracias a ella. Agudo Clará, que entró como profesor cuando faltó Puget, me vio con tanto interés que me ayudó y me animó muchísimo. Era un hombre que vivía para la pintura, la poesía y la música y me inculcó ese mensaje que también me influyó para siempre. Cuando ya era un poco mayor, Carreño también fue un maestro que, sin darme clases, me influyó mucho con su inteligencia. Ambos me dieron mucho sin esperar nada a cambio.

— Al terminar Bellas Artes en Valencia, ¿volvió a Ibiza?
— No. Entonces estuve tres años como profesor en Cartagena, en el instituto Isaac Peral. Sin embargo venía a Ibiza cada verano hasta que el gran espíritu aventurero que tenía entonces, me llevó a irme durante cinco años a viajar por el extranjero sin volver a España. Viví en Copenhague, París y por todos lados de Europa.

— ¿A qué se dedicó mientras viajaba por Europa?
— Me estuve ganando la vida alternando entre la pintura y la guitarra. Aprendí a tocar la guitarra de jovencito. En casa había una guitarra, Sandy también la tocaba (otra herencia que me dejó), y yo la cogía para tocar pasodobles con los amigos. A raíz de eso conocí a Pepe Madrid, de Casa Pepe, que tocaba cada noche para los turistas en su bar y me acabó enseñando a tocar flamenco para que tocara con él. En Cartagena tuve otro profesor. Al llegar a Copenhague, conocí a un bailarín de flamenco que daba clases. Entró en un bar en el que estaba tocando la guitarra con unos amigos y me propuso sustituir a la pianista que tenía para dar las clases. Acabamos formando un grupo de flamenco con el que estuvimos girando por toda Europa. En Yugoslavia estuvimos durante seis meses seguidos, pero pasamos por Finlandia, Noruega, Suecia…Sin embargo, al contrario de con la pintura, con la guitarra nunca he tenido pretensiones. Aunque la sigo tocando a diario y, si hace 80 años que pinto, hace un poco menos que toco la guitarra.

— Al volver de sus viajes, ¿cómo se encontró Ibiza?
— Muy cambiada. Ya había llegado el turismo. Nada más llegar, me puse en contacto con Pomar, que me contó que había empezado a vender sus cuadros, así que me puse a pintar para ganar dinero y funcionó. Sin embargo, como aventurero que era, sobre 1975 me metí en el mundo hippie, un mundo muy interesante, y me dediqué a trabajar el cuero. Durante dos años gané más dinero a base de cinturones y bolsos de lo que había ganado jamás con la pintura. Lo tenía organizado en una casa de campo donde, con cuatro o cinco ayudantes, hacíamos el material que, después, llevaba a las tiendas que me los pedían. Pero eso fue una aventura y, pese a ganar tanto dinero, lo que yo quería hacer era pintar y lo dejé cuando mejor me iba.

— ¿Se dedicó a la pintura desde entonces?
— Así es. Yo ya exponía cada año en la colectiva de Ebusus con bastante éxito y ya había hecho exposiciones antes de regresar. Mi primera exposición individual en Ibiza fue en el 64 y, desde entonces, expuse prácticamente cada año en distintas salas, Caja de Pensiones, Ivan Spence… Mi estilo parte del impresionismo, pero, a lo largo de mi vida he practicado el surrealismo, el expresionismo y algo de cubismo, básicamente. He usado todo tipo de técnicas, aunque mi favorita es el dibujo. Tengo miles. También he llegado a hacer restauraciones como la de la bóveda del Convent, y he colaborado en la del retablo de Jesús o Sant Mateo.

— ¿A qué se dedica a día de hoy?
— Sigo pintando y tocando la guitarra. Ahora estoy preparando una nueva exposición. Vivo tranquilo en mi casa con mi hija Elisa. A mis 92 años, ya no le tengo ningún miedo a la muerte, he vivido prácticamente todo lo que he querido vivir. Lo que no me gusta nada es la cantidad de amigos que, a mi edad, se van quedando por el camino. Mi vida ha sido una aventura y, ahora, la única aventura que tengo es la pintura y, a la hora de pintar, estoy ocupado con una misma idea: La belleza.