Àngels Martínez posa sentada sobre un escenario. | Toni Planells

Àngels Martínez Corderas (Barcelona, 1967) convive con las dos vocaciones que ha venido cultivando durante toda su vida: la educación especial y el teatro. Vocaciones que viene desarrollando en Ibiza desde hace más de tres décadas.

— ¿Dónde nació usted?
— En Barcelona. Allí vivía con mis padres, Robert y Dolors, mi hermano, Robert, y mi abuela, Àngels, que era una persona muy especial. Se había criado antes de Guerra Civil, en la época de la República y era de una mentalidad y unos ideales mucho más avanzados de lo que vino después con la dictadura. De hecho, no era la madre biológica de mi padre. Se había juntado con mi abuelo, que se había separado de su mujer y repartido los dos hijos que tenían, uno con él y otro con ella. Pero duraron muy poco tiempo juntos y mi padre se acabó quedando con ella, a quien considero mi abuela.

— De hecho, lleva su nombre.
— Así es. Aunque, en casa, siempre me llamaban ‘nena’, a no ser que hiciera alguna travesura, entonces me llamaban ‘María del Dimonis’ (ríe). En el colegio nos llamaban por el apellido, así que yo era ‘la Martínez’ hasta que, en quinto o en sexto, un profesor nos propuso llamarnos por nuestro nombre y, como Maria Àngels me parecía muy rimbombante, elegí Angels a secas, como mi abuela.

— ¿Vivieron siempre en Barcelona?
— Mis padres se fueron a Sevilla cuando se casaron pero, cuando yo no tenía más que dos años, volvieron a Barcelona, al barrio de Sants. Allí es donde crecí, fui al colegio y donde empecé a hacer teatro. Mi madre trabajó como secretaria en Sevilla pero, al volver a Barcelona, estuvo trabajando muchos años en una papelería. Una de aquellas en las que se hacían quinielas, lotería y, también, se vendían juguetes. Mi padre era fontanero y se dedicaba al agua, el gas y la electricidad, pero también era muy aficionado a la náutica. Con el tiempo, decidió marcharse de Barcelona para ir a un lugar más de mar y, entre la oportunidad de comprarse una casa o hacerse un barco, decidió hacer un velero, uno de 10,5 metros, el ‘Barcanona’. Mi padre era un auténtico manitas. Mis padres ya habían conocido Ibiza durante unas vacaciones y les había encantado. Entre eso y que le ofrecieron trabajo a mi padre para montar las luces de Sant Llorenç y otros pueblos. Así que vinieron a Ibiza en 1984.

— ¿No se desplazó a Ibiza con su familia?
— No. Yo me quedé estudiando. Estaría haciendo tercero de BUP o COU y quería estudiar la carrera de magisterio. No quería irme a Ibiza, dejar en Barcelona a todas mis amistades, para volver a estudiar al año siguiente. Mientras estudiaba la carrera fue cuando conocí a Luis y nos planteamos mudarnos a algún pueblo de Cataluña. En esa época te ofrecían casa gratis para repoblar los pueblos, pero, para cuando nos pusimos a mirarlo en serio, ya cobraban por las casas y no teníamos dinero. En ese momento estudiamos la posibilidad de venir a Ibiza. Cuando un lunes, le dijimos a mi madre que, en cuanto uno de los dos encontrara trabajo, nos veníamos enseguida, el mismo viernes ya tenía un trabajo para Luis conduciendo un camión hormigonera.

— ¿Encontró trabajo como profesora al venir a Ibiza?
— Coincidió que el año en el que llegamos, 1989, se habían cerrado las listas de maestros. Así que, el primer año, trabajé dando clases particulares y haciendo una suplencia como conserje en el IES Blancadona, aparte de como camarera en verano y esas cosas. Al curso siguiente se volvieron a abrir las listas y empecé como interina en el Torres de Balafia, en Sant Llorenç. Me encantó. Después estuve en la Escuela de Adultos y, como interina, pasé por multitud de colegios. Nunca dejé de formarme, sobre todo en Educación Especial, y, hoy en día, estoy en un equipo mixto especializado entre la Conselleria d’Educació y la ONCE en el que tenemos alumnado con discapacidad visual. El punto de vista de la Educación Especial siempre me ha llenado y enseñado muchísimo. Me apasiona. Sobre todo la idea de la inclusión, que todo el alumnado pueda estar junto en el mismo aula. El alumno con alguna discapacidad tiene derecho a conocer e interactuar con el resto del alumnado. De la misma manera que el resto de compañeros también tienen derecho a conocer a esa persona.

— La educación, ¿es su única vocación?
— No. También tengo la vocación del teatro desde que era muy pequeña. Mi madre hacía teatro, creo que lo heredó de su padre, que siempre estaba haciendo el payaso (ríe). En esa época se hacía mucho teatro en los centros sociales de Barcelona. De hecho, conoció a mi padre en un intercambio entre el grupo de teatro del Clot y el de Sants. Yo siempre la acompañaba a los ensayos. Siempre quería subir con ella al escenario para actuar. En una ocasión, en una obra donde tenía que salir gente del pueblo, una zarzuela que se llama ‘Canción de amor y guerra’, el director le dijo a mi madre que me dejara actuar, cogida de la manita como una niña más del pueblo. Ese fue mi debut en el teatro. Desde entonces, siempre estuve enganchada al teatro. Siempre me apuntaba a las obras del colegio, de las clases extraescolares, del instituto… Hasta que me contactaron de un grupo de una asociación de teatro del barrio de Sant Antoni (Barcelona), con quienes estuve varios años.

— Al llegar a Ibiza, ¿continuó con el teatro?
— Nada más llegar a Ibiza y enamorarme de la isla, de su gente y de su cultura, de las primeras cosas que le pregunté a mi madre fue acerca del teatro. Ella no estaba haciendo teatro en Ibiza, pero buscando a través de Ramón Taboada conocimos a Pedro Cañestro. El día que me llamó para hacer una prueba (para la obra ‘Cuñada viene de cuña’) convencí a mi madre que me acompañara. Le acabaron dando el papel a ella y no a mí (ríe). Desde entonces empezamos a trabajar con Pedro Cañestro en la Companyia de Teatre Experimental d’Arts i Oficis. A partir de aquí, no paramos nunca. Más adelante, cuando llegó Antonio Cantos a Ibiza, trabajé con él en distintos proyectos y en distintos lugares, a la vez que seguí formándome. Llegamos a montar nuestra propia productora de teatro AMC Producciones. He colaborado con prácticamente todas las compañías de la isla. He hecho mucho teatro, cine, también he dirigido e incluso escribí junto a dos compañeros una obra con la que ganamos un accésit del IEE. Trataba sobre las aventuras de Guillem de Montgrí y la representamos con los alumnos de Torres de Balàfia.

— Lleva más de tres décadas involucradas en el teatro en Ibiza, ¿ha cambiado mucho el panorama teatral en Ibiza?
— Cuando empecé apenas había un par de compañías: la nuestra, el GAT de Merche Chapí y, si no había alguna más en Santa Eulària o Sant Antoni, creo que no había más. Con el tiempo se han ido formando más grupos de teatro y también han surgido productoras de cine. La gente se ha ido profesionalizando cada vez más. Sin embargo, tal como nos inculcó Cañestro, por muy amateur que seas, el compromiso siempre tiene que ser profesional.

— ¿En qué proyectos anda embarcada a día de hoy?
— Hoy mismo (viernes 26 de mayo) estrenamos una obra, ‘IBZ 2050’ en Can Ventosa y, a la vez, estoy involucrada en el nuevo proyecto de Pedro Cañestro y preparándome para dirigir mi primer cortometraje con la productora Pauxa.

— ¿Qué fue del ‘Barcanona’?
— Mi padre se lo regaló al proyecto ‘Un Mar de Posibilidades’. Allí acabó sus días, aunque Pedro Cárceles hizo todo lo posible por salvarlo.