Bernadette en la entrada de su casa de Sant Josep. | Toni Planells

Bernadette Chapu (La Rochelle, Francia, 1947) lleva más de 50 años en Ibiza. De familia de anticuarios, ha estado involucrada en el mundo del arte durante toda su vida y ha mantenido relación con artistas internacionales de la talla de Man Ray o Dalí, así como con artistas licales como Vicent Calbet o Toni Cardona. Es la responsable de la galería Garden Art Gallery desde hace cerca de una década.

—¿Dónde nació usted?
—Nací, por casualidad, en La Rochelle, una ciudad francesa pegada al Atlántico. Allí estuvieron mis padres, Robert y Marcelle, en la época en la que yo nací. Vivimos allí hasta que yo tuve cinco años. Entonces nos mudamos cerca de París, a 10 kilómetros de la ciudad. Allí pasé toda mi adolescencia hasta que mis padres compraron un piso y un local en pleno París, donde trasladaron de nuevo su negocio de antigüedades.

—¿Heredó usted el oficio de anticuaria?
—No. Fue mi hermana, Marie Françoise, la que continuó con el negocio. Yo me dediqué a estudiar Historia del Arte en el Louvre. Como viví toda la vida rodeada de antigüedades, decidí especializarme en el arte contemporáneo (ríe). En el Impresionismo, concretamente. De los 800 alumnos, solamente unos 40 superamos el examen para hacer Museología. De allí, con solo 22 años, me nombraron directora del Museo de Ceret, muy cerca de Perpinyà. Un museo pequeño pero interesantísimo, sobre todo en cuanto a la época del Fauvismo. Sin embargo, lo gestionaba organizando exposiciones como si fuera una galería.

—¿Recuerda alguna de las exposiciones que organizó de manera especial?
—Muchas. Una de ellas, en 1970, fue un poco especial. Era de fotografías de la obra de Gaudí y quien nos hizo el poster fue nada menos que Salvador Dalí. Vino a la inauguración con Gala y con su otra musa, Amanda Lear, de quien ya se rumoreaba sobre su transexualidad.

—¿Cómo era Dalí en el trato personal?
—Al principio era todo un estirado, ya se sabe el personaje que tenía tan asumido. Más tarde, cuando ya tomó confianza, cambió del todo la actitud. Cambió hasta la voz y no dejaba de bromear todo el tiempo. Le pedí que me firmara algunos de los posters y me decía: «¿Quieres que te haga la firma pequeña?», mientras me hacía una miniatura de firma y me volvía a preguntar: «¿O la prefieres graaaande?», mientras hacía una enorme (ríe).

—¿Dirigió mucho tiempo el Museo de Ceret?
—No mucho. El tema de la burocracia y la administración no acababa de ser lo mío, así que volví al Louvre para dar clases. Los alumnos eran casi de mi misma edad (ríe) y uno de ellos me propuso abrir una galería de arte en París. Así lo hicimos y aprendí que jamás volvería a tener socios. El mismo año que abrimos la galería, 1972, fue cuando conocí a Fernando, mi marido. Unos años después, en 1975, un hermano suyo, que se había comprado una finca en Ibiza, nos invitó a pasar aquí unas vacaciones. Nada más volver a París decidimos irnos a vivir a Ibiza y, a principios del 76 ya estábamos aquí, donde hemos pasado el resto de nuestra vida.

—¿Vinieron ustedes dentro del contexto de los hippies que llegaron en esa misma época?
—No. A mí me gusta el concepto de ‘Peace and Love’, por supuesto. Pero, sobre todo a Fernando, era más ‘beatnik’, que no tiene nada que ver. Es cierto que la mentalidad de la época era muy distinta a la de ahora, se mezclaba todo tipo de gente sin mirar si eras rico, pobre o lo que fueras y nosotros nos integramos de maravilla.

—Sin embargo, de París a la Ibiza de 1976 habría un cambio significativo, ¿no es cierto?
—Así es. Imagínate. Fue un cambio total de estilo de vida. Sobre todo para mí, ya que Fernando había estado viajando por toda Europa. Yo pasé de tener una vida burguesa en un piso con todas las comodidades modernas en pleno París, a vivir en medio de una finca al lado de Sant Agustí sin luz ni agua. Eso sí, me hizo tan feliz que no volvimos nunca.

—¿Se quedaron a vivir en esa finca?
—No. Allí estuvimos un tiempo pero, en el 77 decidimos tener un hijo y las condiciones de esa casa no nos parecieron adecuadas para tener un bebé. Al final tuvimos mellizos, Lionel y Elisa (que tienen a nuestros nietos, Aida y Sílvia por parte de Elisa e Idriss e Ismael por parte de Lionel) seis meses antes de mudarnos a la casa que compramos y en la que seguimos viviendo, también en Sant Josep. A través de los años hemos ido reformándola poco a poco, siempre estudiando la arquitectura ibicenca para respetar todo lo posible a la hora de hacer las reformas como toca. Por ejemplo, las columnas del porche, que antes era de uralita, las copiamos con todas las medidas de la casa de Vicent Calbet.

—¿Tenía relación con Vicent Calbet?
—Ya lo creo, era nuestro vecino y tuvimos mucha amistad. Como nosotros teníamos teléfono, venía para llamar a un taxi y se pasaba la tarde charlando y fumando. Fumaba tabaco Dunhil, que era carísimo y solo se fumaba la punta del cigarro antes de apagarlo y encenderse otro (ríe). Casi todos los domingos organizaba una comida en su casa donde se juntaban muchos artistas, que eran los que hacían la comida. Todavía recuerdo una ‘burrida de ratjada’ que preparó Toniet, el ceramista. Otro de mis vecinos era Manuel Bouzo, que también nos invitaba muy a menudo a tomar un vino. En su casa conocimos al artista Toni Cardona o a los galeristas de Es Molí, que casualmente tenían una tienda de antigüedades en el mismo edificio que la de mi hermana.

—¿A qué se dedicaron en Ibiza?
—Al principio vinimos con dinero y, el primer año, no hicimos nada. Más tarde, contrataron a Fernando en un bar del Puerto, al lado de La Tierra. Era la época de la moda Ad Lib y nos dedicamos a hacer tintes naturales hasta que se pasó un poco la moda. Fue entonces cuando Fernando se puso a fabricar humus de lombrices. También estuvimos haciendo el mercadillo de Es Canar todos los miércoles desde el principio, en el 76. De hecho nunca dejamos de hacerlo y ahora es Elisa, nuestra hija, quien continúa yendo 47 años después. Se dio la circunstancia de que Fernando había sembrado unos cactus en el jardín y, poco a poco, la gente que venía a por el humus se iba interesando por ellos. Fernando les regalaba un esqueje y después, poco a poco, se fue interesando cada vez más hasta convertirse en un verdadero especialista. Total, que llegó un momento en el que cambió el negocio del humus por el de los cactus, que sigue en marcha ahora en manos de nuestros hijos, sin que Fernando sea capaz de dejar de hacer sus cosas (ríe).

—¿Siguió su interés por el arte?
—Sí, claro. Siempre hemos estado en contacto y al día sobre el arte. Tenemos una buena colección de obras. Llegó un momento en el que se estaba cayendo un corral y decidimos reformarlo para convertirlo en una pequeña galería que abrimos en 2014, ‘Garden Art Gallery’ en la que no hemos dejado de exponer durante casi diez años.

—Con su experiencia en el mundo del arte, ¿cómo valora el momento artístico de la isla?
—(Suspira) El problema no solo está en Ibiza. El mercado del arte solo funciona en Hong Kong y en Seul. El mundo del arte está totalmente parado, se ha perdido el interés por el arte. Donde antes venían 80 personas a una inauguración, ahora vienen 15, y gracias. Esto, por desgracia, pasa en todas las disciplinas: podemos hablar de poesía, de teatro o de lo que sea. Solo hay interés (y muy limitado) por los artistas conocidos, no hay curiosidad por conocer artistas nuevos. Vistos los precios de los alquileres de los locales, no es de extrañar que ya no haya galerías. Sin embargo, tal como puedo comprobar cada año en el ‘Supermercat de l’Art’, el 90% de los compradores de arte en Ibiza, son ibicencos.