Marcos tomando una cerveza en Can Brodis tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Marcos Pellicer (Oliva, Valencia,1972) ha pasado su vida entre frutas en el negocio que emprendieron sus padres en Ibiza nada más comenzar los años 80. De esta manera, Marcos se trasladó desde su Valencia natal a Ibiza, donde creció y donde ha desarrollado toda su vida.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Oliva, un pueblo de Valencia. Yo era el pequeño de los cuatro hijos que tuvieron mis padres, Josefa y Antonio.

—¿Vivió mucho tiempo en Valencia?
—No. Hasta que tuve unos ocho años y mis padres se mudaron definidamente a Ibiza. Ellos ya venían a Ibiza hacía años para vender fruta en el Mercat Vell durante la temporada. Eran tiempos en los que se descargaba la carga de los barcos con una red, ¡incluso los coches! En el Mercat Vell vendían un capazo de naranjas por solo una peseta.

—¿Supuso un cambio muy radical en su vida la mudanza desde Valencia a Ibiza?
—La verdad es que no mucho. Ya venía con ellos antes y, simplemente, lo que hice fue cambiar de colegio. En Oliva iba al Colegio Antonio Rueda y, cuando nos vinimos a Ibiza, fui a Sa Blancadona. De esos años los mejores recuerdos que guardo son del maestro que se llamaba Plácido y de Pepita, que era la que nos hacía la comida. También recuerdo que la mitad de los alumnos eran gitanos y, la otra mitad, eran los payos.

—¿Dónde vivían al mudarse a Ibiza?
—Muy cerca de la Plaza del Parque, donde estaban las oficinas del Agua en Ibiza. Allí mis padres habían montado la frutería Los Valencianos y nosotros vivíamos en un piso allí mismo. ¡Anda que no ha cambiado el Parque desde entonces! Al lado de cómo estaba entonces, el Parque de ahora parece una mansión de lujo. En el Hostal se alquilaban motos y todo, Motos Riera se llamaba el negocio de alquiler. En esa zona estaban los ‘pafetos’, los bares, a los que empezábamos a ir cuando éramos jovencitos: el Área o el Pub Suit, por ejemplo. Por allí estábamos siempre, haciendo el gamberro y emborrachándonos.

—¿Hasta cuándo estudió?
—La verdad es que dejé las clases a medias. Hice hasta sexto de EGB y entonces me puse a trabajar con la familia en la frutería. Tras unos 10 años de detrás del Parque nos fuimos a la calle Madrid y unos 20 años más tarde, cuando derribaron el edificio en el que estábamos, nos volvimos a mudar a la calle la calle Obispo González Abarca, en frente de ‘la Concord’. Allí estuvimos hasta que cerramos definitivamente tras la pandemia. Desde entonces, nos dedicamos a la finca que compramos al cabo de unos años de llegar a Ibiza en Santa Eulària. Allí cultivamos nuestros propios fruteros, más de mil: tenemos naranjas, pomelos, limones, guayabas, aguacates, chirimoyas… ¡hasta fruta de la pasión tenemos!

—¿Sigue trabajando en el negocio familiar de la fruta?
—No, solía ir a echar una mano cuando podía, pero ahora estoy en la empresa más grande del país: en el paro. Sigo yendo cada vez que puedo, pero tengo problemas graves en el tobillo y ya no puedo echar una mano como antes. Sospecho que cuando deje de estar en la empresa más grande del país será para jubilarme.

—¿Ha cultivado alguna afición?
—Pocas, estuve jugando a rugby americano durante unos años con el Rugby Ibiza. Entrenábamos en la carretera de Salinas, al lado del DC-10 y llegamos a salir a jugar a Palma alguna vez.

—Por edad, vivió los años 80 en plena adolescencia. ¿Cómo los recuerda?
—Ya te puedes imaginar: saliendo de fiesta y esas cosas [ríe]. Iba mucho en cuadrilla con Dani, Alberto y Álex, que eran de León y siempre nos íbamos allí para carnavales. Salíamos mucho por San Antonio, a Los Gatos, el Tropicana o al Hard Rock, por ejemplo.

—¿Sigue saliendo de fiesta como entonces?
—¡Qué va, qué va! Ya me he hecho mayor [ríe]. La fiesta ha cambiado mucho desde entonces. Ya no hay respeto ni hay nada. Antes te chocabas con alguien en un bar y le tirabas la cerveza o el cubata y le pedías perdón, le invitabas a otra y hacías un amigo. Ahora, si te pasa lo mismo, hay pelea seguro.

—Seguro que tiene mil anécdotas de esa época.
—No te creas que me acuerdo de muchas. Sin embargo, me han dado por muerto dos veces y, en realidad, estaba de fiesta [ríe]. Las dos veces que sucedió, la última fue poco antes de la pandemia, me había ido a Valencia a pasar unos días en unos terrenos que tenemos allí. Al cabo de una semana me empezó a llamar la gente preguntando que si estaba bien y yo no entendía nada. Me llamaron hasta mis padres, que sabían perfectamente donde estaba. Al volver a Ibiza, cuando me enteré, creía que me estaban tomando el pelo. Era todo un bulo que no sé cómo se llegó a correr la voz a todo el mundo. Acabé por poner un mensaje en el Facebook que ponía: ‘Sigo vivo’. Está bien ver que la gente se preocupa por mí, a ver si cuando sea verdad se lo creen [ríe].