Mariona en el parque de la Paz tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Mariona Cunillera (Barcelona, 1954) ha dedicado su vida al 50% entre la hostelería y el comercio de bisutería. Un oficio, el de comercial de bisutería, que heredaría de su padre y que abandonaría al llegar a Ibiza. Una vez asentada en la isla pasó los primeros años del Croissant Show del que dice que es «el primer after de Ibiza».

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Barcelona. Yo soy la mayor de dos hemanos, con Josep me llevo solo un año y medio.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre, Josep, empezó siendo comercial de bisutería hasta que montó su propia fábrica. Fue el primero en hacer ‘microfusión’ de toda España. Su ilusión era montar una tienda y, cuando yo tenía unos tres años, la abrió en pleno Passeig de Gracia. La llamó ‘Zsa-zsa’, como la actriz Zsa-zsa Gabor y la mantuvo hasta que se jubiló a los 65 años. Mi madre, Conchita, era la que más se ocupaba de la tienda mientras mi padre hacía de representante de bisutería por toda la Península.

—¿Le tocó trabajar en el negocio familiar?
—Un poco sí que trabajé en la fábrica para aprender cómo iban las cosas. En la tienda no estuve mucho, con la familia ya se sabe. Mejor tomar distancia.

—¿Qué recuerdos tiene de su época en el colegio?
—Al poco tiempo de llegar a Ibiza, en una fiesta cubana en Cala Jondal, me encontré con Carme
Iba al colegio al Garvimbo, una escuela privada de Barcelona. De esa época recuerdo a un personaje que se llamaba Carme, era tres años más pequeña que yo, pero era la típica niña que no se olvida. De hecho, mantuvimos el contacto durante el tiempo, cuando montó una discoteca en Barcelona a la que solía ir siempre, la Otto Zutz.

—Entonces, ¿usted no llegó a vincularse en el mundo de la bisutería?
—Sí. Cuando dejé de estudiar, a los 16 años, me puse a trabajar como representante de bisutería, como mi padre. Me compré una Vespino donde cargaba todos los muestrarios y me iba a hacer la ruta de clientes. Cuando mi padre salía a visitar a sus clientes alrededor de Catalunya, yo me iba con él en el coche y, una vez en cada pueblo, cada uno iba por su lado a visitar a sus respectivos clientes. Más adelante, cuando ya tenía a mi primer hijo, Sergi, monté una parada de bisutería durante varios años en un mercado de Barcelona.

—¿Se casó?
—Sí. Cuando tenía 25 años me casé con Paco, que era representante. Antes, en el 77, nos fuimos a Menorca a probar suerte con la bisutería. Aunque acabé vendiendo todo el muestrario y acabé trabajando en la hostelería en distintos restaurantes. Sin embargo, a Paco no le acababa de gustar y volvimos a Barcelona donde cogí una serie de representaciones de bisutería de nuevo. Tras quedarme embarazada, él se quedó el primer año a cargo de las representaciones y yo en casa, pero no fue muy bien la cosa. Fue entonces, cuando mi hijo tenía tres años, monté la parada en el mercado de la Abaceria Central junto a mi padre. Lo tuve durante cinco años, se terminó la concesión del ayuntamiento a la vez que el matrimonio.

—¿Qué hizo entonces?
—Querer romper con todo. Volví a meterme en la hostelería y probé suerte montando un restaurante. Pero sola y con un niño pequeño me resultó imposible y lo acabé dejando al poco tiempo. Entonces me ofrecieron la posibilidad de quedarme con una concesión de hamacas en Castelldefels en la que acabé estando durante cinco años. Poco antes conocí a Francisco, el padre de Jan, mi segundo hijo, con el que estuve durante esos cinco años. Estando allí me reencontré, por casualidad, con Carme (la niña del colegio), que había montado una de las primeras tiendas de prensa y chuminadas para los turistas.

—¿En qué momento llegó a Ibiza?
—Poco después de separarme de nuevo. Cuando Jan tendría apenas unos tres años, en 1997. Vine para un año pero ya se sabe, Ibiza te atrapa o te escupe y a mí me atrapó, así que decidí quedarme. El primer año hice la temporada en el Hotel Don Toni, pero eso de hacer camas no era lo mío. Por muy bien que me trataran. Lo mío era más la hostelería, pero los horarios eran incompatibles con los de una madre sola. Por suerte, cuando me presenté en el Croisant Show, André me dio trabajo enseguida. Allí he estado trabajando durante ocho años maravillosos. Lo que se vivía allí en esos años no se lo imagina nadie. Entré cuando solo era una puertecita y pude ver como fue creciendo durante esos años.

—¿A qué se refiere con lo de `lo que se vivía allí’?
— Empezaba a trabajar a las 4:30 de la madrugada. El Croissant Show fue el primer after de Ibiza. Por allí pasaba todo el mundo que salía de cualquiera de las discotecas. No había otro lugar al que ir y allí se juntaban los que salían de las fiestas con los famosos de la época y con los payeses que habían madrugado para ir a por pescado a Sa Peixeteria. Se mezclaban todos. Se trabajaba muchísimo en esa época, André el primero, pero fue muy bonita.

—¿Por qué dejó ese trabajo?
—Por un accidente laboral. Acababan de fregar, yo entré corriendo y acabé con la mano mirando a Cuenca. Me costó más de un año recuperarme, un desastre. Entonces probé suerte en una boutique, Adelaida. Estuve cuatro años pero no acabó siendo una buena experiencia y me acabé marchando para volver a la hostería. Estuve con Marilina en Sa Questió un tiempo, pero entre que el restaurante no acabó de arrancar y que a ciertas edades ya no te quieren en la hostelería, acabé limpiando casas. Como soy una tia resuelta, acabé trabajando en la casa de unos millonarios de la hostelería y, por fin, acabé pudiendo cotizar unos años como toca hasta el momento de jubilarme. Justo antes de la pandemia tuve otra caída tonta de la que sigo tratándome y, durante la pandemia, me jubilé por fin. Aunque con la pensión que me queda, sigo manteniendo mi puesto en el mercadillo de Sant Jordi que tengo desde hace años. ¡Soy una comercial de pura cepa y me encanta!

—Solo me ha hablado de su vida laboral en Ibiza, ¿se sintió bien acogida en la isla?
—Muy bien. Al poco tiempo de estar viviendo en Ibiza, en una fiesta cubana en Cala Jondal, después de haberle perdido la pista durante años, me encontré de nuevo con Carme. Su madre se había mudado aquí y venía a verla cada mes. Desde entonces, me llamaba cada vez que venía y quedábamos para tomar algo y retomamos la amistad. Llegué a tener a su pareja durante meses en mi casa hasta que logró encontrar piso. En 2005, mis hijos ya eran mayores y quedé con Carme en la pizzería de Talamanca para celebrar la que sería la noche de San Juan más mágica de mi vida. Caminando yo sola por la pasarela ya notaba que alguna cosa iba a suceder esa noche.

—¿Qué sucedió esa noche?
—Que entre vinitos y más vinitos, y mira que no me lo hubiera imaginado en la vida, acabamos enrollándonos Carme y yo. (Se le ilumina la cara) Que me enamoré como una loca, vamos. Mira que llevaba aquí diez años y todavía no había ido a Formentera, así que me llevó al día siguiente a pasar allí el fin de semana más romántico que recuerdo. No paraba de decirle a todo el mundo que me había enamorado. Me sentí más feliz y libre que nunca. Mi padre, con 86 años ,me dijo que a ver si tenía más suerte con las mujeres que con los hombres (ríe).

—¿Y la ha tenido?
—¡Ya lo creo! Llevamos casi 20 años juntas. Además, fuimos la primera pareja de mujeres que se casaron en Formentera, en 2006. Salimos en toda la prensa.