Pepe Nicolás tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Pepe Nicolás (Murcia, 1933) Creció en la Murcia de la Post Guerra antes de mudarse a Elche en su adolescencia. Allí aprendió el oficio que le llevó a Ibiza a finales de los años 50, el de conductor, con el que estuvo al volante de un camión de Herbusa y al frente del autobús de Sant Antoni antes de pasar décadas en el aeropuerto.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Murcia. Yo era el segundo de cuatro hermanos, Maria era la mayor, Pilar la pequeña y, detrás de mí, venía mi hermano Rosendo. Mis padres, Maria y Rosendo se dedicaban a la agricultura, éramos una familia bastante humilde.

—¿Pudo ir al colegio?
—Apenas llegué a ir a la escuela. Muy poco. En vez del colegio, me esperaba una azada. Me tocó trabajar la tierra desde bien pequeñito. En Murcia se cultiva mucha fruta, y en aquellos tiempos los más jóvenes nos encargábamos de cargar los cestos con las frutas que iban recolectando los más mayores. Éramos los acarreadores.

—¿Tiene recuerdos de La Guerra?
—Yo era muy niño y apenas me acuerdo de nada, más allá de que a mi padre La Guerra le pilló en Xueca, Valencia. Sí me acuerdo más de la posguerra. Fueron años difíciles en todos lados, sin embargo, en casa no nos faltó nunca nada. En buena medida fue gracias a mi abuelo materno, Antonio. Era capataz de Renfe y el encargado de poner o quitar el precinto de cualquier vagón con mercancía que llegara o saliera de la estación de Beniel en Murcia. Si llegaba un vagón con sacos de harina, se las apañaba para ponerle un tubo entre los filamentos del saco para traernos una bolsa a casa. Si venían patatas, nos traía una bolsa de patatas… En casa nunca faltó comida.

—¿Trabajó muchos años como acarreador?
—Hasta que tuve unos 16 o 17 años. Cuando nos mudamos a Elche después de que mi tío convenciera a mi padre de que allí habría mejor trabajo para sus hijos que en Murcia. Allí me puse a trabajar en una fábrica de calzado, Calzados Ripoll, en la sección de la goma. Al dejar la fábrica me fui a Francia, a Avignon, a hacer una temporada de seis meses trabajando en los viñedos. Cuando volví a Elche me puse a trabajar para una bodega, repartiendo bebida en un motocarro. En esa época el licor no se vendía por botellas como se hace ahora, se vendía a granel. Yo lo llevaba de local en local en garrafas en el motocarro. Luego me hice conductor, tanto de la furgoneta de los futbolistas del Elche CF, como de autobuses, llevando un autobús de línea en Elche.

—Tendrá mil anécdotas como conductor, ¿no es así?
—Varias. Conducir la furgoneta de los futbolistas fue el trabajo más asqueroso que he hecho. Los llevaba a jugar los partidos a otros campos los fines de semana, eso bien. Pero también los llevaba a entrenar a los bosques de Santa Pola y llegaban sudados, llenos de barro y arena y ¡no veas cómo me dejaban el autocar! Trabajando en el autobús de línea en Elche, llegaba hasta la zona de Santa Pola donde está el Club Náutico. Allí tenía una casa Santiago Bernabéu. La parada quedaba a unos 300 de su casa y, cuando venía su esposa, procuraba dejarla delante de su casa. Eso sí, si no había nadie para la parada. Al lado de la central de los autobuses estaba la barbería de Paco. En los descansos yo me acercaba a la barbería a pasar el rato y un día entró Santiago Bernabéu a arreglarse el pelo (iba a menudo) mientras yo estaba allí. Al parecer su mujer le contaría que la dejaba en la puerta de su casa, porque enseguida me preguntó si yo era el conductor del autobús y, en agradecimiento, me regaló una medalla con su busto. ¡No sé dónde llegó a parar esa medalla!

—¿Mantuvo la relación con Santiago Bernabéu?
—No. Como enseguida me fui a Ibiza no nos llegamos a ver más.

—¿Cómo llegó a Ibiza?
—Resulta que mi cuñada tenía unos tíos que trabajaban aquí, en Bodegas El Puerto. A través de ellos, mi hermano conoció a Vicente Bufí, que le dijo que necesitaba trabajadores para sus empresas. Mi hermano vino al pueblo a reclutar gente, Bufí le pidió 10, pero si le hubiera pedido 20, le hubiera llevado 20. De esa manera, con 24 años, ya casado con Fina y con mi hijo mayor, Mariano, nos vinimos a Ibiza. Aquí nacieron nuestros otros hijos, Maria José, María del Mar y Rosendo. Ya tengo hasta seis nietos.

—¿Qué le pareció Ibiza a su llegada?
—Aquí también había mucha miseria y mucha pobreza. Muchos ibicencos se las tenían que apañar para encontrar influencias para poder trabajar como mayorales. Yo empecé a trabajar como conductor de los vehículos de recogida de basuras y como conductor me quedé toda mi vida. Primero con el camión de la basura durante cinco a seis años, después estuve llevando los autobuses de Sant Antoni con Alfonso Ribas Piqué durante tres o cuatro años antes de empezar a trabajar en el aeropuerto.

—¿Cómo llegó a trabajar en el aeropuerto?
—En aquellos años el aeropuerto lo controlaban los militares. Fue a través de un teniente, Juan Elías (que, por cierto, murió de un ataque cardíaco en mis brazos), que me recomendó ir a hacer un curso a Getafe para poder acceder al trabajo. Lo aprobé y empecé a trabajar allí hasta que me jubilé. Al principio estábamos ‘militarizados’, llevábamos uniformes del ejército del aire y todo. Llevaba todo tipo de vehículos: autobuses, grúas, turismos… Me tocó ir al accidente aéreo de Ses Roques Altes. Los muertos venían en un camión y yo llevaba otro con todo tipo de restos: restos del avión, de chatarra, de la ropa que había quedado colgada de los pinos… Fue una gran tragedia, una experiencia que no puedo olvidar.

—¿Qué hizo tras su jubilación?
—En Ibiza me aficioné mucho a la pesca. Tengo un Copino de cuatro metros que se llama Aurora. Ahora ya no puedo, pero salía todo lo que podía a pescar a ‘curricany’ o a ir a la ‘roja’. Hace cinco años que falleció Fina y hace dos que Marina me ayuda en casa como asistente. Ella me saca un poco del sofá, ¡que hay días que no pongo ni los pies en el suelo! (ríe).