Catalina Bufí en uno de sus paseos habituales en Vara de Rey. | Toni Planells

Catalina Bufí (Eivissa, 1940) es un personaje fundamental en la historia de la música en Ibiza. Su ímpetu y su amor a la música y a la docencia la llevaron a luchar primero porque su alumnado pudiera examinarse en Ibiza y después junto a la ayuda de padres de alumnos y de la sociedad ibicenca,por la creación de lo que hoy es el Conservatori d’Eivissa. Una lucha que, entre otros reconocimientos, le valió el Premi Ramon Llull en 2005.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en el ‘Carrer de sa Xeringa’. Soy hija única y malcriada (ríe) de Vicent, que era ibicenco del todo, y de Maria, que tenía una pierna ibicenca y otra de Formentera. Vivíamos justo encima del horno de Rumbo y en invierno nos iba muy bien el calor que desprendía. En verano era otra historia, pero nos subíamos al tejado a dormir a la fresca y tampoco se estaba mal.

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia?
—Recuerdo que, hasta que tuve unos siete años, costó mucho tirar adelante. Teníamos unos vecinos que eran pescadores y que no tenían hijos, los de ‘Cas Mallorquí’. Cada vez que el marido salía a pescar toda la noche, yo me quedaba a dormir con su mujer, Gertrudis para hacerle compañía. Tanto Gertrudis como Catalina de ‘Cas Mallorquí’ me quisieron siempre como si fuera de la familia. Todos los vecinos éramos como de la familia.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
— A mi padre le conocían como ‘Bufí de ses bicicletes’, porque tenía un taller, primero de bicicletas y después de motos. Tuvo la representación de Moto Guzzi durante años. Era un hombre muy inquieto, llegó a hacerse él mismo un coche con el motor de dos tiempos de una barca. Se dedicaba a dar vueltas con él por Vara de Rey. A la primera vuelta, la gente salía y se burlaba de lo lento que iba ese coche. Como mi padre lo oía, se cabreaba y la segunda vuelta la daba a toda pastilla. Entonces la gente se quejaba de que corría demasiado (ríe). Mi hijo Santi todavía lo conserva.

—Parece que su padre era un hombre inquieto y creativo.
—Así es. También era músico: tocaba la trompeta con la Banda Municipal, de Don Vitorino durante 46 años. Tenía el taller en la calle Juan de Austria y, los domingos, a las 11:55, se limpiaba las manos corriendo para salir pitando a tocar con la banda. Como muchas veces no le daba tiempo ni a colocar el atril, me hacía sujetarle las partituras mientras él tocaba (ríe). Le encantaba tocar, cuando le tocó tocar ‘El sitio de Zaragoza’ estuvo meses ensayando el solo de trompeta que le tocaba interpretar.

—¿Tocó usted en la banda?
—No. Vitorino me ofreció entrar a tocar en la banda, pero tenía que ser con un instrumento de viento y yo estaba interesada en aprender a tocar el piano. Aunque a él no le hizo mucha gracia, estuve yendo durante años a clases con Paquita Balanzat, que vivía en Dalt Vila. Finalmente Vitorino también me acabó dando clases de piano y nos acabamos reconciliando.

—¿Estudió solfeo?
—Sí. Al terminar el colegio me entró la prisa por terminar la carrera y, en un año logré sacarme siete asignaturas y, al año siguiente, el último, me saqué las ocho que me faltaban. Tenía que ir a Palma a examinarme. Yo estudiaba y ensayaba en una parte del local del taller de mi padre con un piano antiguo, ¡de los que tienen candelero para iluminar con velas! Todavía recuerdo el día que llegó a casa, se montó toda una fiesta en el barrio, yo tocaba el piano y las vecinas bailaban y comían bunyols en la calle. Allí mismo había dos vecinas más que tenían piano, las de ‘es Coc’ y, en el piso de arriba estaba Imelda, que también tenía uno y, para fastidiar a los de ‘es Coc’ dejaba que sus nietas tocaran a altas horas de la noche (ríe). No tardé en comenzar a dar clases en ese local y fue todo un boom. Vinieron tantos alumnos que llegué a tener que contratar más profesores y todo, por ejemplo a Catalina Puig Gros. En carnaval organizábamos unas carrozas preciosas, la más bonita fue una que hicimos sobre Egipto. ¡Fue una pasada! Con el tiempo conseguí que vinieran profesores de Palma para examinar a nuestro alumnado. No sabría contar a todos los alumnos que he enseñado música, miles tal vez.

—Me está hablando del origen del Conservatorio de Ibiza, ¿no es así?
—Sí. Aunque no negaré que tuve que dar mucha caña, ¡mucha! Alguien que me apoyó y acompañó siempre en las reuniones de Palma fue Marí Calbet. Recuerdo perfectamente cuando salimos de la última reunión que tuvimos allí, cuando lo conseguimos, salimos al pasillo e hicimos un ‘uc’ precioso los dos juntos. Con Mallorca siempre fue todo muy difícil, como fue siempre y como sigue siendo. Desde Mallorca siempre nos ignoraron. Sin embargo, Jaume Roig, Asunción Vilella y otro profesor más de Palma fueron los que me animaron a potenciar el trabajo que estaba haciendo desde Ibiza y me ayudaron todo lo que pudieron. Nunca estuve sola, en todas las reuniones que tuve conté con todo el apoyo necesario. Todos: padres, alumnos e Ibiza en general, picamos piedra y conseguimos inaugurar dos sedes del Conservatorio. Primero en Cas Serres compartiendo las instalaciones con la Universidad y, finalmente, en la avenida España.

—Entre tanta lucha por el Conservatorio y tantas clases, ¿se casó?
—¡Sí! Con Vicent ‘Bernat’, que nunca fue músico, pero aguantó mucha música (ríe). Porque en casa, entre mi padre, mi padrino (que también tocaba), mi hijo pequeño, Santi, mi hija Neli y mi yerno Jaume… ¡tela! Nuestro único hijo que no se dedica a la música es el segundo, Juan Vicente. Además, nuestros nietos también son músicos: Neus y Carla tocan el piano; Marc y Joan son violinistas y, los dos de Santi, Jordi y Núria son demasiado pequeños, de momento solo cantan (ríe).

—¿Sigue tocando?
—No. Ahora me dedico a ver los vídeos que me mandan de mis hijos y de mis nietos. No veas cómo tocan. Estoy muy orgullosa. También me dedico a pasear por Vara de Rey, a hacer cosas en casa y a recoger refranes ibicencos.

—¿Tendría algún refrán relacionado con la música para despedir la entrevista?
—Claro: ‘Un music pagat no fa bon só’ (ríe).